El peso de la realidad ha vuelto a la gente maniática,
como esperando un orden que no llega,
como cuidando del polvo reliquias que no existen,
como limpiando esquinas desempolvadas.
Hacerle frente a esta imagen, a veces, implica mirar con otros lentes,
ver rosados en vez de púrpuras, ver naranjos en vez de azules grisáceos,
ver cachorros en vez de perros callejeros.
Las cosas sí son más crudas y primitivas de lo que creía.
Y por más frío que haga, por más perros callejeros con hambre,
por más azules grisáceos, púrpuras y negros,
no me permito escapar de la crudeza.
No me permito no sentir la urgencia.
No me permito hacerme el weon con lo que hay que hacer.
Porque hay que hacerlo.
Y en ese tránsito vamos recorriendo el mismo camino,
encontrándonos en el desencuentro,
volviendo esperanzadora la desesperanza,
transformando la soledad en compañía,
la pena de vivir en alegría de luchar,
la tristeza del hambre en el motor de nuestra carrera.
Y amamos.
Y besamos.
Y culiamos.
Y en medio de toda la podredumbre que es la realidad,
esa, en serio, cruel, cruda, que carcome lo vital,
hay amor. Yo me enamoro.
No me enamoro rosado, ni naranjo.
Me enamoro como cachorro callejero, como gato de campo,
me enamoro como loro tricahue, como zorro culpeo,
me enamoro libre, sin amarras, con hambre y estertores.
Me enamoro con miedo de que no sea suficiente amar,
porque pa pasar el hambre no es suficiente.
Porque, entonces, me pongo yo maniático,
a esperar un orden que no llega,
a cuidar del polvo reliquias que no existen,
a limpiar esquinas desempolvadas,
a mirar la realidad sentado en el parque, con frío, sin tener donde llegar,
recordando que no soy un cachorro,
soy un perro callejero.
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