Pestañas

enero 28, 2013

Ayer eran versos, hoy son historias

No le tengo miedo al amor. Nunca le he tenido miedo. Es más, ha sido el motor de mis acciones desde que tengo memoria. Y sí, puedo afirmarlo porque no quiero nunca dejar de sentirme feliz, de encontrar una razón para sonreir todo el tiempo. Así como hay gente que me levanta el ánimo cuando estoy triste, me gusta ser ese que te hace reir a carcajadas con sus estupideces, con la locura de estar vivo. Estoy vivo, me gusta recordármelo constantemente.

Y no se trata de fingir, aunque debo reconocer que lo hago bastante bien: Sé fingir una sonrisa, sé fingir tranquilidad, sé fingir orden y templanza, principalmente porque son elementos que nunca abandono y me es fácil recurrir a ellos cuando lo necesito. Asi como algunos y algunas recurren a la ira y al descontrol, yo prefiero ser el que guarda calma. La vida, mi vida me ha enseñado que a la pasión hay que conducirla, y que bien cuidada da muchas alegrías.

Se trata, más bien, de entender que en general hay cosas que exceden tu control. Y cuesta, porque suele pasar que uno se desespera intentando que las cosas resulten exactamente de la forma en que uno quiere. Pero no, la vida no es tan simple ni tiene los brazos abiertos siempre para todos. Hay veces en que, sin importar si lo mereces o no, la vida te golpea y lo hace duro. La felicidad no es constante, son momentos. Por eso hay que atesorarla y vivirla al máximo, porque, como todo en esta vida, es efímera. Es por eso que hay que aprender a estar bien con el hecho de que a veces las cosas no van a salir como creíamos, y el destino nos torcerá la mano y veremos que en realidad estamos parados dando manotazos en el aire y que el siguiente movimiento no depende de nosotros o, aún peor, que no tenemos idea de a dónde nos llevará a parar el paso que queremos dar. Y nos inmovilizamos.

¿Qué hacer? ¿Qué sigue? Y ahí estamos, sin saberlo. No hay más datos, no hay información por tanto una decisión acertada tiene el mismo chance de suceder que una decisión equivocada. Vamos, digamos algo, hagamos un gesto. ¿Se arriesgan?

Depende.

Y es que siempre la vida nos trae decisiones complejas, porque no vivimos solos y todas nuestras decisiones afectan a quienes nos rodean. Asi que hay que pensar bien, porque si te mueves hacia allá puedes perder a esa persona, herir a esta otra, quedarte solo; y lo mismo hacia acá. Y nos quedamos ahí, de nuevo, inmóviles. Presas de un pánico desolador, donde simplemente no hay señales, y las que hay son interpretadas de la peor forma posible porque no hay información, y pedirla no es una opción. Asi que recurrimos a volvernos, a dejar la decisión para más tarde. Prometemos volver, prometemos no olvidar, prometemos darle vueltas y por fin resolvernos cuando tengamos más claras las cosas. Y para esto desplegamos todas nuestras estrategias, porque a tientas podemos errar. Sólo una luz, un resplandor, quizás un destello.

Y por fin lo vemos. Por un segundo, un atisbo, un relámpago, un haz de luz tan pronto como aparece vuelve a la oscuridad. Así es la vida: Cruel. Porque no nos basta, porque nunca podremos decidir sin declaraciones concretas... ¿Y si fue precisamente aquello? Y viene otro relámpago, y nos desconcierta. Porque -otra cosa que debemos aprender- nada es eterno y nuestro destino cambia de opinión constantemente, o, como prefiero pensar, nuestros actos determinan nuestro devenir y estos siempre son cavilantes, dudosos, llenos de inseguridad. ¿Qué seguridad tendremos sobre el futuro si anoche estuve llorando desconsoladamente y hoy parezco haberlo olvidado todo? Pero es que ¿qué otra cosa se espera de mi? Tengo resiliencia, paciencia, soy obstinado y persigo lo que añoro con todas mis fuerzas, pero a veces no depende de nosotros. Y esos destellos fueron pistas insuficientes, y empezamos a suponer...

Definitivamente, ésta parte, las suposiciones, son la peor parte de nuestro estado. Somos ciegos, ciegas, sin bastón. Y lo terrible es que vamos cegándonos de a poco. Porque aunque lo neguemos, aunque sonriamos, aunque pretendamos estar bien nos carcomen las ganas de saber, de dar el paso que hemos estado demorando por cobardes. Sí. Cobardes. Porque hay que reconocer que el miedo también es parte de nuestra experiencia vital. Y lo digo: Tengo miedo.

Tengo miedo de varias cosas, innumerables, quizás. Pero, y aquí viene la tercera lección de mi vida: Si le temo a la araña, arrancar no la hará desaparecer. Por tanto debo encontrar la forma de enfrentarme a ella y elaborar una estrategia para retirarla del campo de juego. El miedo no nos puede vencer, y es eso lo que nos inmovilizó antes. Hay que arriesgarse, porque de otra forma el arrepentimiento llegará con el tiempo y la pregunta por qué pudo haber pasado nos penará cual fantasma.

Contamos con poca información, contamos con nuestras ganas, contamos con el deseo intempestivo de amar. No necesitamos más. Convencerse de aquello será eternamente dificil.

Asi que aquí estoy, sin un final de película, esperando nada y deseándolo todo. Y no me queda más, porque lo que deseo vive al otro lado del río, y aún no tengo las herramientas para hacerme del puente. Pero lo intento, porque te persigo. Y te tuve, y me tuviste. Y ¡por favor! Si aún no lo sabes lo confieso: Me tienes, completo. Pero soy paciente y cumplo mis promesas. No creas por un segundo que lo olvidé, porque constantemente tengo propósitos en esta materia, y si hacen latir mi corazón de la manera en que lo haces, simplemente no lo abandono.

Y aquí seguiré, intentando hacerme de madera para construir lo que hará continuar ésto. No sé si el rio seguirá con su ancho caudal ni sé si las ramitas que he juntado de tus destellos me alcanzarán para algo más que lo que tengo hoy: Una fogata de recuerdos y deseos. Porque aún ardo. Porque no me extingo.

Una vez escribí versos. Hoy tengo historias.

1 comentario:

  1. Me gusto mucho tu texto <3 no se porque me dio pena, creo porque soy de esas personas que temen o siempre pierden.

    besos Jere

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