Pestañas

enero 14, 2013

Género: ¿Construcción social o individual?



Es necesario tener en cuenta, sobretodo en un estudio que tiene como principal objeto de análisis la actividad sexual en su dimensión social, que existe un supuesto fundamental en los estudios de género y versa de la siguiente manera: El cuerpo humano es diferenciable en dos grandes colectivos, de acuerdo a cierto grupo de características corporales, que terminan por constituir la dos categorías en las que se basa el sistema sexo/género: El Hombre y la Mujer. Estas categorías acuñan diferentes significaciones a lo largo de diversas culturas, pero sólo cuando se revisa la puesta en escena de esas culturas con el lente occidental, encontrando las mismas formas de organización social con diferentes contenidos. ¿Es posible que siempre hayan existido sólo hombres y mujeres? ¿Es realmente una variable universal? ¿Todas las culturas muestran esta división dicotómica de los cuerpos?

La idea de un cuerpo y una identidad sexual masculina estaría asociada no a características biológicas, sino a cristalizaciones sociales de relaciones de dominación debido a la producción binaria de organización social desde la división social del trabajo. Lo que un hombre debía ser y hacer no es lo mismo hoy que lo que era hace cincuenta años, o hace dos siglos. Aunque hay elementos que se mantienen ahistóricos, en general la categoría responde a un contexto determinado (Kimmel, 1997).

El género, como categoría sociológica, deviene de los estudios de las feministas de los años sesenta, las cuales cuestionan un régimen político que no reconoce como sujeto de derecho legítimo a la mujer, asignándole a ésta una posición social desprovista de libertad y autonomía. Este régimen político sería transversal a todas las esferas de la vida social, incluso la académica donde una Historia del Hombre dejaría fuera de ella a las mujeres. Guasch (2010) analiza el vínculo existente entre el modelo científico hegemónico y la masculinidad imperante, en tanto comparten un discurso racionalizado, heroico y cientifizante. Expele las emociones fuera del sujeto cognoscente, por tanto las experiencias como la subjetividad se expelen también del ámbito científico al estar contaminadas de emociones. Es así que el relato de la intimidad es algo prohibido en el camino de la construcción de la masculinidad, y es precisamente el alejamiento de las ideas de la ilustración y la valoración del ámbito privado como espacio político desde el cual las corrientes feministas y postfeministas criticarían al modelo patriarcal. Desde aquí es que se desarrollarían distintas vertientes que compartirían un hilo conductor (la mirada crítica al sistema sexo/género), pero utilizarían diferentes prismas para cuestionarlo.

Revisar lo que entendemos por “género” es necesario toda vez que los usos que se le han dado a esta construcción teórica varían desde sus primeros usos hasta lo que se entiende actualmente por ello, y es que luego de los primeros acercamientos al cuestionamiento de la organización social en base a la diferencia sexual, dos corrientes en relación al estudio de la diferencia enfatizarían distintos elementos en su análisis: Por un lado tendremos al conjunto de investigadoras que se preocuparán de producir conocimiento sobre las mujeres, su historia, sus condiciones laborales y cotidianas; y por otro a aquella corriente que se preocuparía por el proceso por el cual se establece una jerarquía sociosexual donde las mujeres aparecerían en la posición subordinada (Pujal y Amigot, 2010). En los dos casos, el concepto “género” se habría utilizado reemplazando a “mujeres”, error que se cometió hasta principios de los años noventa cuando se señala que el concepto de “género” se refiere al
conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y en el que se satisfacen esas necesidades humanas transformadas (…) [U]n conjunto de disposiciones por el cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanas son conformadas por la intervención humana y social” (Rubin, Gayle 1986:37,44 en Moreno y Pichardo, 2006:144).

Los cuerpos femeninos son poseídos, sometidos bajo el “sexo” (entendido aquí como la tecnología de la sociedad heterosexual que permite a los hombres dominar). Sería ésta cristalización de procedimientos obligatorios la que permitiría dominar a la mitad de la población no por medio de la omisión, sino por medio de la disponibilidad, la evidencia, la visibilidad y la sobretematización (Foucault, 2003). “Y es que la categoría de sexo es una categoría totalitaria que para probar su existencia tiene sus inquisidores, su justicia, sus tribunales, su conjunto de leyes, sus terrores, sus torturas, sus mutilaciones, sus ejecuciones, su policía.” (Wittig, 1992:28).

Rivera-Medina (1991) diría que, para hacerse de las posiciones sociales que se han asociado con la masculinidad, los hombres han tenido que suprimir y resaltar aptitudes eminentemente humanas, dependiendo del caso. Utiliza la palabra cercenamiento para destacar el hecho de que la masculinidad se construye en tanto opuesto a lo femenino, por lo que tiene que negar completamente toda esencia de ello. Precisamente, serían los estudios de masculinidad los que, en los '80, comenzarían a reconstruir esta categoría analítica que hasta ese momento era obviada.

Fue así como la reflexión académica concluyó que los estudios sobre la diferencia sexual pueden articularse desde distintas perspectivas, las cuales generan y dan cuerpo a los Estudios de Género en tanto estos son los “diferentes contenidos socioculturales que se dan a esas características biofisiológficas entre hombres y mujeres estableciendo comportamientos, actitudes y sentimientos masculinos y femeninos y jerarquizándolos de modo que se da mayor valor para los que se identifican con lo masculino” (Moreno y Pichardo, 2006:146). Si recordamos lo que nos planteaba el deconstruccionismo, la lógica binaria se reproduce con todo y jerarquías. Será prioritario para los Estudios de Género contemporáneos encontrar estrategias para rearticularse y dejar atrás las dicotomías construidas en base a la diferencia sexual.

Es así que, a medida que la reflexión teórica y la acumulación de conocimiento se elevaba, durante los años noventa el concepto estuvo sometido a diferentes revisiones que terminó por hacer aparecer “un cierto especticismo (sic) de género en tanto desconfianza ante la capacidad de explicación de este concepto, e incluso la apuesta radical por su de-construcción y su olvido teórico y práctico” (Pujal y Amigot, 2010:133). Sería este mismo escepticismo el que promovería un espíritu crítico y construcciones teóricas que separarían efectivamente las características sexuales biológicas de las sociosexuales

Butler (1993) se pregunta por el género y la identidad, donde el género se toma como una construcción cultural que nos constriñe externamente a la vez que nos compele desde el interior. Desde aquí es que ahonda en la discusión que Beauvoir propone al considerar la elección como un “acto diario de reconstrucción e interpretación”. Es por esto que rescata y relaciona la doctrina sartreana de la elección pre-reflexiva (una forma de cuasi-conocimiento) donde se está al tanto pero no totalmente consciente de lo que se experimenta con la elección de género de Beauvoir, dándole a esta construcción epistemológica un significado cultural concreto y situado. Beauvoir plantea que la elección del género no es a tientas, sino que se inscribe en un marco normativo preexistente, dentro del cual la elección (su proceso) es menos azarosa que estratégica, laboriosa, sutil y encubierta. Se reproduce, reorganiza y reinterpreta la realidad cultural con su compendio normativo de forma recurrente (Butler, 1990).

En el cuerpo se inscriben las interpretaciones recibidas de un sistema sexo/género las cuales son reinterpretadas y expresadas por medio del mismo cuerpo. Es así que Beauvoir le asigna el estatus de situación al cuerpo, ya que en él se articulan elementos culturales específicos de una cierta sociedad en un determinado espacio de tiempo: “Si aceptamos el cuerpo como una situación cultural, entonces la noción de un cuerpo natural, y desde luego, de un “sexo” natural se hace cada vez más sospechosa” (Butler, 1990:312).

De esta manera, y dado que el cuerpo natural y, por tanto, el sexo natural se entienden como ficciones, la teoría de Beauvoir podría estarse preguntando si es que el sexo no fue género todo el tiempo. Siguiendo esta interrogante es que Butler revisa la construcción teórica de Wittig.

El sexo... es tomado como un “rasgo físico”, un “dato inmediato”, un dato sensible perteneciente al orden natural. Pero lo que creemos que es una percepción física y directa sólo es una construcción sofisticada y mítica, una “formación imaginaria”, que repinterpreta los rasgos físicos (en sí mismos tan neutros como los demás pero marcados por un sistema social) mediante la red de relaciones en la que son percibidos” (Wittig, 1981:48 en Butler, 1990:314)

Podría interpretarse, dice Butler (1990), que la teoría de Wittig insinúa una malconcepción en el estudio de la anatomía y sus consecuencias sociales: Que la diferencia sexual no tiene un asidero material pertinente para afirmar binariedad. Esto no es completamente acertado. La autora del texto enfatiza la idea de que las diferencias son efectivamente binarias, materiales y distintas, y que no nos vemos atrapados por la ideología política al afirmar esto. El error estaría en enfocarse en ciertas diferencias para elaborar identidades sexuales; diferencias que suponen un destino social a causa de esta diferencia, destino construido en base a la naturalización de estas diferencias y la heterosexualidad.

Normalizar y regular la conducta sexual no implica un discurso que acepte la diversidad ni sea propositivo, sino, al contrario, supone la utilización de herramientas opresivas y restrictivas. La idea es que todos y todas actúen bajo el precepto de la heteronormatividad, el mandato médico y psiquiátrico que te permite caminar y desenvolverte socialmente sin problemas. Es así que el individuo no tendría la opción libre de configurar su género como le parezca pertinente, sino que se somete a una obligatoriedad heteronormativa “bajo amenaza de sufrir castigo y violencia por cruzar las fronteras del género” (Fonseca y Quintero, 2009:49). Es así como, por medio del miedo y la culpabilidad, el sistema heterosexista controla la disidencia (Ibid.).

Trascender el sexo, dice Butler, podría llevarnos tanto a la superación del binarismo por medio de una categoría única o por medio de la proliferación de géneros. En este sentido, Foucault (1980), desde su noción de poder, propone que la ruptura de la dicotomía se sucede luego de una proliferación de relaciones de poder en donde el opresor se convierte en oprimido y desarrolla formas de poder alternativas produciéndose una relación posmoderna de poder en donde los roles son intercambiables (Butler, 1990). Así, por medio de esta “proliferación” y una “asimilación” de la nueva relación se difuminan los límites de la oposición.

No sólo elijo mi género, y no sólo lo elijo dentro de los términos de que se dispone culturalmente, sino que por la calle y en el mundo siempre estoy siendo constantemente constituido por los otros, de tal modo que el género constituido por mi yo bien puede encontrarse en oposición cómica o incluso trágica con el género que otros me ven. Por ello, incluso la prescripción foucaultiana de la invención radical presupone una acción que, à la Descartes, definicionalmente elude la mirada fija del Otro” (Butler, 1990:322).

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