Pestañas

noviembre 01, 2012

De reproducciones e inconsecuencias



El género (como la edad) es una variable universal de estratificación social que regula los roles y el acceso y la distribución de los recursos.1

El estudio de la diferencia sexual en tanto productora de asimetrías sociales es una disciplina científica que data, en su calidad de práctica metódica, de la primera mitad del siglo XIX. Serían mujeres como Simone de Beauvoir y Margaret Mead quienes habrían comenzado a estudiar con ojo crítico un sistema de producción social que generaba estereotipos/arquetipos arbitrariamente construidos, desarrollados sobre patrones estéticos, valóricos, actitudinales y comportamentales polares que posicionan a todo lo masculino por sobre lo femenino. En el ámbito académico, hasta ese entonces, se entendía lo masculino desde una sola perspectiva, perspectiva que, a su vez, definía lo femenino como todo lo opuesto a ello2.

Lo que los estudios de género proponen en cuanto a las nuevas investigaciones sobre la diferencia sexual es una perspectiva que podríamos denominar “relacional constructivista”, la cual plantea que lo masculino y lo femenino –así como lo que es un hombre y una mujer– se construyen en la relación y el conflicto con otras identidades, es decir, son categorías sociales en tanto se desarrollan en y por la sociedad de la cual provienen3. Es debido a esto que, hacia los años ochenta se desarrolla una nueva rama en los estudios de género llamada Estudios de Hombres (Men’s Studies).

Hasta aquella década, los estudios de género se habían concentrado en la desigualdad a la que las mujeres eran sometidas, preocupándose por darle visibilidad a sujetas que habían sido desterradas de la historia científica por un lenguaje androcéntrico y la arbitraria omisión de sus derechos y necesidades. Sería gracias a estos hallazgos que el foco recaería sobre los hombres, esta vez con una mirada crítica sobre su identidad y la construcción de ésta. Y es que la alta efectividad está asegurada porque el sistema de género funciona, oprime y suprime elementos tanto en los cuerpos masculinos como en los femeninos. Es en la complementariedad represiva que el sistema alcanza su mayor efectividad4.

A pesar de los grandes avances que los Estudios de Hombres han hecho en un esfuerzo por caracterizar y profundizar en la identidad masculina, aún no podemos hablar de un corpus teórico de proporciones principalmente por la dificultad que significa reunir y sintetizar las variantes regionales, étnicas, sociodemográficas56. De esta forma, los estudios latinoamericanos sobre la masculinidad se alejan del estudio de la hegemonía dando cuenta de la existencia de otras masculinidades7, las cuales conviven con el imperio de la heteronormatividad expresada en mandatos, rituales y pruebas que forjan el camino hacia el hombre “verdadero”. Desde aquí es que se desprende el estudio por aquellas masculinidades alternativas o marginales, dentro de las cuales la homosexualidad califica como un peligroso acercamiento hacia lo femenino.

La homosexualidad, hoy en día, sigue siendo una de las orientaciones sexuales con más visibilidad. Ha pasado a ser parte de un binomio que pareciera reproducir el código binario de la ilustración, en donde el esquema heterosexual/homosexual vendría a sumarse a polaridades incuestionables como hombre/mujer, masculino/femenino, /bueno/malo, etc. Binariedades que excluyen otras expresiones de la sexualidad, las cuales reciben el estigma una vez asociado a la propia homosexualidad: desvíos, alteraciones, confusiones y hasta patologías. De esta forma, por ejemplo, la bisexualidad aparecería como una negra figura que empaña la supuestamente sana reproducción de seguridades binarias que disipan las incertidumbres en la esfera de afectivo y sexual. El control siempre aparece por sobre la libre expresión del deseo8.

Desde los años noventa que en Chile se han desarrollado diferentes propuestas tanto políticas como artísticas en torno a la defensa de los derechos humanos de la población no heterosexual. Así, se alejan de la invisibilidad y comienzan a organizarse en torno a sus opresiones específicas las cuales tienen que ver precisamente con la represión y el disciplinamiento, enmarcados en un proceso de dictadura que foenta un modelo hegemónico propugnado hasta hoy por instituciones públicas y medios de comunicación9. A pesar de ello, estos movimientos han conseguido -en términos constitucionales- la modificación de la “ley de sodomía” y la promulgación de una ley “anti-discriminación”; pero, al mismo tiempo, estos grandes pasos hacia un país respetuoso de la diversidad parecen haberse construido en base a códigos que resaltan la decencia y la imagen de un hombre y una mujer “bien socializados”, que no se alejan de la heteronormatividad de la cual pretenden diferenciarse. El código binario heteronormativo se reproduciría emulando roles masculinos y femeninos, generando nuevas normas estéticas, valóricas, actitudinales y comportamentales, productoras de cuerpos e identidades. Es así que el activo representaría el rol del hombre macho, varonil, serio y responsable, mientras que al pasivo se le asignan valores y mandatos femeninos, representados desde una suerte de perfomance.

En términos sociológicos, la visibilización de ciertas represiones, la corporización de ellas y la consiguiente demanda pública por dignidad, respeto y consideración repercute no solamente en la calidad de vida de las personas, sino que en la concepción de democracia que se articula a partir de las experiencias personales de un colectivo de individuos que participan de una organización social. Investigar en profundidad esta área, hasta ahora entendida como masculinidades “subalternas” o “marginadas”10 es necesario por razones políticas y sociológicas. De esta manera, la necesidad de visibilización de ciertas inconsecuencias en el desarrollo discursivo y práctico de un movimiento que, si bien no se plantea como disidente en la especificidad, produce una heterodoxia sexual al plantear quiebres en el disciplinamiento y el orden “normal” del devenir de la historia sexual de hombres y mujeres. Desde aquí es que perseguir reconomiento, aceptación e inclusión a un sistema sociosexual en que la afectividad está viciada y trastocada por elementos misógenos, machistas y androcéntricos (enmascarados bajo el discurso de la igualdad) es incongruente con una propuesta por la dignidad de la diferencia y por la validación de la disidencia.

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1 Guasch, Óscar (2010) Los hombres y los retos de género para el siglo XXI, Actes de Congènere: la representació de gènere a la publicitat del segle XXI (página 1)
2 Jociles Rubio, Ma Jose (2001) El estudio sobre las masculinidades. Panorámica general, Gazeta de Antropología, n.17, art.27, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, Universidad Complutense de Madrid, España
3 Minello Martini, Nelson (2002) Los estudios de masculinidad, Estudios Sociológicos, n.003, v.XX, pp.715-732, Distrito Federal, México
4 Salas C., José Manuel (¿año?) La mentira en la construcción de la masculinidad, Ensayo.
5 Guasch, Óscar (2010) Los hombres y los retos de género para el siglo XXI, Actes de Congènere: la representació de gènere a la publicitat del segle XXI
6 Hernández, Oscar M. (2007) Estudios sobre masculinidades. Aportes desde Amérlica Latina, Revista de Antropología Experimental n.7, pp.153-160, Universidad de Jaén, España
7 Fernandez-Llebrez, Fernando (2005) Masculinidades y violencia de género ¿Por qué algunos hombres maltratan a sus parejas (mujeres)?, Ensayo, Universidad de Granada, España
8 Citar a Foucault
9 Olavarría A., J. (2001) ¿Hombres a la deriva? Poder, trabajo y sexo, Editorial FLACSO, 140p.
10 Hernández, Oscar M. (2007) Estudios sobre masculinidades. Aportes desde Amérlica Latina, Revista de Antropología Experimental n.7, pp.153-160, Universidad de Jaén, España

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