“El género (como la edad) es una variable universal de
estratificación social que regula los roles y el acceso y la
distribución de los recursos.”1
El
estudio de la diferencia sexual en tanto productora de asimetrías
sociales es una disciplina científica que data, en su calidad de
práctica metódica, de la primera mitad del siglo XIX. Serían
mujeres como Simone de Beauvoir y Margaret Mead quienes habrían
comenzado a estudiar con ojo crítico un sistema de producción
social que generaba estereotipos/arquetipos arbitrariamente
construidos, desarrollados sobre patrones estéticos, valóricos,
actitudinales y comportamentales polares que posicionan a todo lo
masculino por sobre lo femenino. En el ámbito académico, hasta ese
entonces, se entendía lo masculino desde una sola perspectiva,
perspectiva que, a su vez, definía lo femenino como todo lo opuesto
a ello2.
Lo que
los estudios de género proponen en cuanto a las nuevas
investigaciones sobre la diferencia sexual es una perspectiva que
podríamos denominar “relacional constructivista”, la cual
plantea que lo masculino y lo femenino –así como lo que es un
hombre y una mujer– se construyen en la relación y el conflicto
con otras identidades, es decir, son categorías sociales en tanto se
desarrollan en y por la sociedad de la cual provienen3.
Es debido a esto que, hacia los años ochenta se desarrolla una nueva
rama en los estudios de género llamada Estudios de Hombres (Men’s
Studies).
Hasta
aquella década, los estudios de género se habían concentrado en la
desigualdad a la que las mujeres eran sometidas, preocupándose por
darle visibilidad a sujetas que habían sido desterradas de la
historia científica por un lenguaje androcéntrico y la arbitraria
omisión de sus derechos y necesidades. Sería gracias a estos
hallazgos que el foco recaería sobre los hombres, esta vez con una
mirada crítica sobre su identidad y la construcción de ésta. Y es
que la alta efectividad está asegurada porque el sistema de género
funciona, oprime y suprime elementos tanto en los cuerpos masculinos
como en los femeninos. Es en la complementariedad represiva que el
sistema alcanza su mayor efectividad4.
A
pesar de los grandes avances que los Estudios de Hombres han hecho en
un esfuerzo por caracterizar y profundizar en la identidad masculina,
aún no podemos hablar de un corpus teórico de proporciones
principalmente por la dificultad que significa reunir y sintetizar
las variantes regionales, étnicas, sociodemográficas56.
De esta forma, los estudios latinoamericanos sobre la masculinidad se
alejan del estudio de la hegemonía dando cuenta de la existencia de
otras masculinidades7,
las cuales conviven con el imperio de la heteronormatividad expresada
en mandatos, rituales y pruebas que forjan el camino hacia el hombre
“verdadero”. Desde aquí es que se desprende el estudio por
aquellas masculinidades alternativas o marginales, dentro de las
cuales la homosexualidad califica como un peligroso acercamiento
hacia lo femenino.
La
homosexualidad, hoy en día, sigue siendo una de las orientaciones
sexuales con más visibilidad. Ha pasado a ser parte de un binomio
que pareciera reproducir el código binario de la ilustración, en
donde el esquema heterosexual/homosexual vendría a sumarse a
polaridades incuestionables como hombre/mujer, masculino/femenino,
/bueno/malo, etc. Binariedades que excluyen otras expresiones de la
sexualidad, las cuales reciben el estigma una vez asociado a la
propia homosexualidad: desvíos, alteraciones, confusiones y hasta
patologías. De esta forma, por ejemplo, la bisexualidad aparecería
como una negra figura que empaña la supuestamente sana reproducción
de seguridades binarias que disipan las incertidumbres en la esfera
de afectivo y sexual. El control siempre aparece por sobre la libre
expresión del deseo8.
Desde
los años noventa que en Chile se han desarrollado diferentes
propuestas tanto políticas como artísticas en torno a la defensa de
los derechos humanos de la población no heterosexual. Así, se
alejan de la invisibilidad y comienzan a organizarse en torno a sus
opresiones específicas las cuales tienen que ver precisamente con la
represión y el disciplinamiento, enmarcados en un proceso de
dictadura que foenta un modelo hegemónico propugnado hasta hoy por
instituciones públicas y medios de comunicación9.
A pesar de ello, estos movimientos han conseguido -en términos
constitucionales- la modificación de la “ley de sodomía” y la
promulgación de una ley “anti-discriminación”; pero, al mismo
tiempo, estos grandes pasos hacia un país respetuoso de la
diversidad parecen haberse construido en base a códigos que resaltan
la decencia y la imagen de un hombre y una mujer “bien
socializados”, que no se alejan de la heteronormatividad de la cual
pretenden diferenciarse. El código binario heteronormativo se
reproduciría emulando roles masculinos y femeninos, generando nuevas
normas estéticas, valóricas, actitudinales y comportamentales,
productoras de cuerpos e identidades. Es así que el activo
representaría el rol del hombre macho, varonil, serio y responsable,
mientras que al pasivo se le asignan valores y mandatos
femeninos, representados desde una suerte de perfomance.
En
términos sociológicos, la visibilización de ciertas represiones,
la corporización de ellas y la consiguiente demanda pública por
dignidad, respeto y consideración repercute no solamente en la
calidad de vida de las personas, sino que en la concepción de
democracia que se articula a partir de las experiencias personales de
un colectivo de individuos que participan de una organización
social. Investigar en profundidad esta área, hasta ahora entendida
como masculinidades “subalternas” o “marginadas”10
es necesario por razones políticas y sociológicas. De esta manera,
la necesidad de visibilización de ciertas inconsecuencias en el
desarrollo discursivo y práctico de un movimiento que, si bien no se
plantea como disidente en la especificidad, produce una heterodoxia
sexual al plantear quiebres en el disciplinamiento y el orden
“normal” del devenir de la historia sexual de hombres y mujeres.
Desde aquí es que perseguir reconomiento, aceptación e inclusión a
un sistema sociosexual en que la afectividad está viciada y
trastocada por elementos misógenos, machistas y androcéntricos
(enmascarados bajo el discurso de la igualdad) es incongruente con
una propuesta por la dignidad de la diferencia y por la validación
de la disidencia.
--
1
Guasch, Óscar (2010) Los hombres y los retos de género para el
siglo XXI, Actes de Congènere: la representació de gènere a la
publicitat del segle XXI (página 1)
2
Jociles Rubio, Ma Jose (2001) El estudio sobre las masculinidades.
Panorámica general, Gazeta de Antropología, n.17, art.27, Facultad
de Ciencias Políticas y Sociología, Universidad Complutense de
Madrid, España
3
Minello Martini, Nelson (2002) Los estudios de masculinidad,
Estudios Sociológicos, n.003, v.XX, pp.715-732, Distrito Federal,
México
4
Salas C., José Manuel (¿año?) La mentira en la construcción de
la masculinidad, Ensayo.
5
Guasch, Óscar (2010) Los hombres y los retos de género para el
siglo XXI, Actes de Congènere: la representació de gènere a la
publicitat del segle XXI
6
Hernández, Oscar M. (2007) Estudios sobre masculinidades. Aportes
desde Amérlica Latina, Revista de Antropología Experimental n.7,
pp.153-160, Universidad de Jaén, España
7
Fernandez-Llebrez, Fernando (2005) Masculinidades y violencia de
género ¿Por qué algunos hombres maltratan a sus parejas
(mujeres)?, Ensayo, Universidad de Granada, España
8
Citar a Foucault
9
Olavarría A., J. (2001) ¿Hombres
a la deriva? Poder, trabajo y sexo, Editorial FLACSO, 140p.
10
Hernández, Oscar M. (2007) Estudios sobre masculinidades. Aportes
desde Amérlica Latina, Revista de Antropología Experimental n.7,
pp.153-160, Universidad de Jaén, España
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