(Extracto)
2. El
capitalismo tardío: la música como bien de consumo y la aparición
histórica del pop.
Al hacer una visión
retrospectiva en términos musicales, nos enfrentamos al hecho de que
cada una de las últimas décadas lleva consigo una etiqueta, un
estilo que predominó durante cada decenio. Sin embargo, la música
no sólo varió en sus estilos y ritmos con el pasar de los años, su
función principal de entretención y reunión poco a poco fue
avasallada por un nuevo objetivo: ser un bien de consumo y una gran
fuente de obtención de riquezas, en tanto fuese exitosa.
Theodor
Adorno (1941) vislumbra este antes y después de la música,
dividiéndola tajantemente (y arbitrariamente) en dos estilos: la
música seria y la música popular. En su opinión, lo que separa a
estos dos tipos de música es lo que él denomina estandarización.
Cada hit
musical está también estandarizado, “no
sólo los tipos de baile
(…),
sino también los ‘personajes’, como canciones dedicadas a la
madre, canciones sobre el hogar, canciones sin sentido o canciones de
“novela”, rimas pseudo – infantiles, lamentos por una mujer
perdida”
(Adorno, 194:[3]).
La posibilidad de
que ciertos estilos de música y ciertos artistas en particular
lograran el éxito dependía totalmente de la cantidad de seguidores
que acarrearan consigo. En la interpretación de Adorno, aquellas
canciones que eran más cercanas a la cotidianeidad de las personas
eran más exitosas. Es indiscutible que la música no sólo
representa el discurso de quien canta, ni siquiera alcanza para ser
sólo la expresión de un temperamento, sino más bien es la
expresión de una sociedad o al menos de una parte de ella.
Evidentemente, tras
la música popular estandarizada de la que nos habla Adorno, subyace
una ideología. La metamorfosis de la música hacia un bien de
consumo no fue un accidente. Con la caída del muro de Berlín y la
imposición de un modelo económico global, el capitalismo terminó
por imponerse en todos los ámbitos de la vida de las personas. La
Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt llamará este período
como “capitalismo tardío”. Por supuesto, el arte y con este la
música, no fueron la excepción:
“Si antes el
arte respondía a una representación (…) ahora pasa a ser un medio
invadido por la racionalidad instrumental que lo cosifica: hay un
intento deliberado de la industria cultural de evitar el momento
arcaico en el arte, reemplazando procesos artesanales por procesos de
pura racionalidad instrumental que convertirían al arte en mera
mercancía”.
(Moench, 2011:4)
Una ideología que
prefiere el silencio y llenar los espacios para la reflexión, es
capaz de fabricar un arte que ya no es posible desde la imaginación
propia del artista: el arte se establece como una “producción para
otros”, se inserta en el mercado y se masifica. En el contexto de
un arte producido en masa y bajo la lógica del mercado, la música
deja de ser sencillamente una entretención y se instala detrás de
una vitrina, se impone sobre grandes pancartas propagandísticas, en
la televisión, en la radio, en centros comerciales, en supermercados
y también de grandes empresas. La única posibilidad de acceder a la
música es a través del consumo.
Ahora bien, en el
devenir de la economía mundial hacia su globalización, donde la
transacción de mercancías es cada vez más compleja, que prescinde
de fronteras territoriales, ¿cómo es que la música llega a
convertirse en producto? Como todo producto, la música se vuelve
muchas veces desechable, y entra en el juego de tendencias y recambio
con el paso de los años. Los grandes sellos discográficos se
proponen representar a sus consumidores, vale decir, la música logra
ser un bien abstracto de consumo, donde lo que se consume es la
identidad.
Es así como nos
aproximamos netamente al fenómeno de la música pop:
la figura del artista deja de ser la de un mero ejecutor de notas
musicales (incluso muchas veces su trabajo como intérprete es muy
pequeño), y pasa a ser fundamental la explotación, por todos los
medios, de una imagen para generar íconos que representen a los
consumidores en un mundo de consumo generalizado. De esta manera, el
grupo musical o el solista pasa a ser significante, en el mundo pop,
de marcas de ropa, perfumes, de autos, etc. De esta manera, el ciclo
está completo y una vez que la figura se desgasta, está lista para
ser desechada.
Por ende,
cabe preguntarse cómo es posible que la música pop
le haga honor a su nombre y se masifique tan rápidamente. Podríamos
pensar que basta con una cara bonita, un buen cuerpo, una buena
puesta en escena y un estilo impecable para hacer gritar a las masas.
Sin embargo, la década de los ‘90 estuvo marcada por un desinterés
colectivo, una sociedad herida por la Guerra Fría y las dictaduras
en Latinoamérica, una juventud en el limbo. Aparece entonces el
Grunge, que llena esos inexplicables vacíos, los jóvenes se
identifican con el aspecto roñoso y depresivo de Kurt Cobain y la
desesperanza de un mundo que no pretende cambiar.
El caso de Lady
Gaga, en particular, es bastante interesante: su puesta en escena, su
extravagancia y su estilo son perfectos para una sociedad que
despertó y que pide a gritos abrir las puertas a la diversidad.
Además, corrobora esta idea de una producción de arte para “otros”,
como así también el uso de la música como un bien comercializable
además de exitoso, en tanto incorpora elementos con los que las
personas pueden identificarse.
3.
Consecuencias sociales del capitalismo tardío: Caracterización de
la sociedad posmoderna
La posmodernidad se
articula desde una modernidad que se auto-observa, que se sabe
modernidad y que se cuestiona a sí misma. Es en éste análisis en
el que la modernidad queda atrás y al mismo tiempo se supera: Sus
intenciones (la iluminación, la cientificidad, la rigurosidad, la
objetividad, etc.) quedan totalmente resquebrajadas para dar paso a
lo que “realmente” sucede, lo cual es, en general, una
consecuencia no prevista del esmero moderno de conocerlo y
clasificarlo todo para poder entender, definir y conceptualizar la
realidad social inalterable e independiente de los actores y actoras
sociales. Es así que la posmodernidad se convierte en un “modernismo
liberado de la falsa conciencia (...)
un tipo nuevo de condición social que destaca por su manifiesta
institucionalización de aquellas particularidades que la modernidad
intentaba eliminar de sus proyectos
(...)” (Bauman, Z., 1996:82). ¿Cuáles son esas particularidades?.
Pues el pluralismo, la diversidad, la casualidad, las ambivalencias,
lo ambiguo, etc. Hoy en día las significaciones modernas han mutado,
se han cuestionado instituciones apernadas por siglos en la
estructura social, se han desintegrado las polarizaciones
ideológicas, desconocido clases sociales, y un sin fín de fenómenos
que la modernidad no contempló en su intento por perseguir el
universalismo, la unidad y la claridad.
Es a raíz de esas
diferencias que la posmodernidad deviene eminentemente relativista.
No existe un principio unificador de la sociedad, pues los grandes
esquemas no han resultado nada satisfactorios, sino que han terminado
siendo motor de guerras y polarizaciones políticas. En el ámbito
musical no es muy diferente, dando paso a distintos tipos de estilos
e interpretes fugaces, de fama pasajera. Como se ha dicho
anteriormente, la aparición de la industria musical aprovecha cada
recoveco para convertirlos en una oferta, en una transacción. Es
este propósito el que construye formas, patrones, signos y símbolos
recurrentes en la escena musical actual, recurriendo a estrategias
que algunos autores han conceptualizado pertinentemente. A lo largo
de su obra, Baudrillard, utiliza el concepto de simulacro
artístico
para referirse a la producción estética que caracteriza al arte
actual, concepto que remite al proceso de creación de una obra que
recurre a un conglomerado de saberes técnicos que permiten su
reproducción en masa. Un ejemplo de esto pueden ser las “32 latas
de Sopa Campbell” de Andy Warhol.
Este fenómeno
tendría tres etapas, las que se articularían como tal desde la
ilustación moderna hasta nuestros días, la cuales son:
- Falsificación: Simplemente se copia, lo más fidedignamente posible, a la naturaleza. Se pretende imitar, reconstruir y tener como producto lo que un espejo reflejaría de la realidad.
- Producción: “El orden de la falsificación ha sido tomado por el de la producción serial, liberado de cualquier analogía con lo real” (Vaskes, 2008:4). La tecnificación de los procesos de creación da paso a esta etapa.
- Simulación: Ya no se toma en cuenta al referente, no existe el relato sobre el origen, la realidad pierde importancia y aparece lo hiperreal.
Sería, entonces,
este último tipo de simulacro el que predominaría tanto en la
música como en la cultura, encontrando su expresión en la industria
del pop
mainstream
actual, en donde el producto no solo lo constituye la canción, sino
también el material visual y las presentaciones (giras, entrevistas,
etc.). Hay comités, directores, diseñadores y encargados de
vestuario, lo que finalmente termina construyendo una suerte de línea
editorial con ciertos códigos que la diferencian de otros productos.
Este engendro “artístico” se erige como toda una máquina
productora de signos y símbolos, siempre teniendo en cuenta generar
una distancia con otros artistas levantando una idiosincracia
particular que sólo aplica en el universo que se elabora para el
consumo musical: el tour.
Ahora, ¿qué es lo
que permite que los artistas actuales sobreexploten las posibilidades
visuales y musicales, elaborando así un conglomerado de sensaciones
que se consumen con interesante celeridad?. Pues otro concepto de
Baudrillad, la hiperrealidad
puede explicar esta pregunta, ya que lo real no es lo que alcanzamos
a percibir, sino todo lo que podemos imaginar. Lo real ha muerto bajo
lo hiperreal, la construcción virtual de un mundo que responde a la
imagen, a la televisión, al diario, a la radio. Lo real no es sólo
aquello que alcanzamos a percibir, sino aquello de lo que podemos
saber, aquello de lo que se habla. Al mismo tiempo, explotar esta
condición (el poder mostrarlo) es un recurso estético que
caracteriza a la era posmoderna, ya que en un mundo lleno de rapidez,
de acelerada urgencia como es el mundo capitalista de los años 2000,
lo que queda en la retina no es la profundidad de las letras, sino lo
pegajoso de las canciones o lo estrafalario de los videos. Más aún,
algunos artistas optan por vivir siendo un personaje. Y es que por
mucho que los estudios sobre el arte arrojen conclusiones del tipo
“para comprender es necesario un alto capital cultural, pues a
diferencia del simple goce, entender es tal o cual cosa”, el
objetivo del pop
mainstream
es simplemente estimular los sentidos. No hay coherencia en su
discurso, porque su discurso es simplemente “lo posible”. Si es
posible y llamativo, se imprime. Si no lo es, resulta poco atractivo,
por tanto no se ejecuta.
Luego, si la música
se ha transformado en un bien de consumo abstracto y la
globalización, internet, la industria discográfica y el nuevo
espíritu posmoderno han sido partícipes del proceso que ha vivido
la música en este último siglo, ¿qué es lo que la constituye como
bien transable? ¿son sólo sus ritmos, acordes y letras, videos,
posters y entrevistas lo que llama la atención? ¿qué es lo que
hace perdurar a la música pop,
y en específico a Lady Gaga, como una de las más grandes vendedoras
actualmente?
4.
Transacción de identidades y pertenencias
La aparición de las
boy
bands,
a finales de la década de los ‘90 y el nacimiento de un sinnúmero
de solistas femeninas como Britney Spears o Christina Aguilera,
ofrecen una alternativa al suicidio de Kurt Cobain y a la
autoflagelación histórica del Grunge, para dar paso al festejo de
todos los nuevos elementos que nos ofrece la sociedad del consumo,
siendo la negociación
de identidades
una de las alternativas más tentadoras para los jóvenes de los
noventas.
Las productoras,
sellos discográficos y disqueras, ponen sus ojos en la juventud,
precisamente porque son ellos quienes se encuentran en una ansiosa
búsqueda de elementos identitarios que les permitan definirse en el
camino por alcanzar la adultez. María del Carmen Fernández (2006)
grafica bien esta idea, mencionando que son jóvenes los principales
consumidores de música:
“(...) [Los
jóvenes] están
todavía formándose en sus valores y pueden ser muy influenciados
por los mensajes de las canciones (...), estos fenómenos no son
ignorados por las compañías discográficas que aprovechan la
vulnerabilidad de los adolescentes, creando ídolos, formas de vida,
ideales (...)”
(Fernández,
2006:5)
Además de una
imagen, existe también una idea tras las figuras de la música pop,
una idea que se sostiene de diversas características que forman el
personaje completo tras las estrellas musicales: El aspecto virginal
y a la vez coqueto de las solistas femeninas menores de edad se
convierte en el motor de su propaganda, para luego, con la mayoría
de edad, mutar hacia la sensualidad, rebelándose al panorama
anterior y proyectando su influencia en el tiempo.
Con el pop y la
masficación de los estilos como el grunge, el punk, etc., lo que
sucede es que se construyen identidades, las cuales son un bien de
consumo abstracto. Así, diez años después de Britney, lo que se
consume (y compulsivamente) en Lady Gaga es la posibilidad de
identificarse en un mundo -postmoderno- en el que el sincretismo lo
es todo y las categorías no son nada, es decir permite el consumo de
identidad, en una época de identidad en crisis y ebullición. Así,
paradójicamente, las miles de etiquetas que caben en el concepto
de Lady Gaga suplen al mismo tiempo la necesidad -en términos de la
construcción de identidades en nuestra época y sociedad- de:
1) producir
mas identidades,
generar espacios para que la gente se identifique con “algo” y
2) al mismo tiempo,
ambiguar
las identidades
o la identidad como necesidad, abriendo espacio a una identidad
freak, no categorizada, no definida, no delimitada, difusa en
términos sexuales, estéticos, donde se confunde lo bello con lo
terrorífico, lo sano con lo enfermo, lo tierno con lo agresivo,
etc., donde todo es posible.
¿Qué constituye
identidad en la era posmoderna?. Hasta la primera mitad del siglo XIX
la identidad estaba ligada más bien a la condición socioeconómica
al nacer, ya que existía una estructura social bastante rígida y
las creencias y rituales solían ser guardados con ahinco. Pero en la
era posmoderna la identidad gira en torno a otros ejes, los cuales
tienen más que ver con lo que propone Dunn (1998), pues la sociedad
posmoderna construiría identidad a partir de los bienes materiales,
productos desechables, imágenes, técnicas, las cuales estarían
seleccionadas y descartadas a voluntad dada la vasta oferta de ellas
en la cultura del consumismo.
Entonces el producto
(según la reflexión anterior) musical y estético de Lady Gaga es,
en el fondo, un bien abstracto de consumo (con una altísima
demanda), porque juega en doble linea con la necesidad pujante de
identidades difusas en un mundo postmoderno colapsado de imágenes,
conceptos, formas e información; y, al mismo tiempo, ofrece el
efecto tranquilizante de ser un gagaísta ("little monster"),
es decir, caer en una categoría o simplemente ser parte de un grupo
social. Pero no sólo responde a la lógica posmoderna de atraer
público, sino que su encanto radica en que el discurso que ella
rescata es un discurso underground, el discurso de los y las
rechazadas, los outcast,
las underdogs.
Estos grupos que hasta ayer eran simplemente marginados, hoy tienen
un símbolo patrio que los reúne y les dice “It
doesn’t matter, You were born this way”.
(continúa)
-- Referencias
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BAUMAN, ZYGMUNT
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LUCKMANN, T (1968) La
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CABELLO, ANTONIO
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SABERES vol. 2, Universidad Alfonso X El Sabio, Facultad de Estudios
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DUNN, ROBERT G.
(1998) Identity
Crises: A Social Critique of Posmodernity,
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MOENCH, E. (2011).
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Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas.
ROBLES, F (1999). El
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sociología de la comprensión.Edic.
Sociedad Hoy.
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(1965). La
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Revista Mexicana de Sociología, Vol. 27, No. 3 (Sep. - Dec., 1965).
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VASKES SANTCHES,
IRINA (2008) La
transestética de Baudrillard: Simulacro y arte en la época de
simulación total,
Estud.filos n.38, Universidad de Antioquia, pp. 197 - 219
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