Pestañas

agosto 26, 2012

Santiago: Primera estadía


Mi viaje por Santiago estuvo lleno de momentos que no olvidaré. Son estas experiencias las que hacen de mi vida una vida de la cual me enorgullezco. Y si, a veces puedo ser atarantado y equivocarme de camino o dar mal un paso; pero no tengo miedo a errar.

Al llegar a la ciudad capital, mis expectativas eran bajas y mis ganas de estar acá eran altísimas. Estaba dispuesto a lo que fuera, mi energía vital era enorme y mi capacidad de soportar y maniobrar en circunstancias no tan favorables era increíble. ¡Llegué con $20.000, por favor! Hasta yo me asombro un poco al recordarlo. Es por esto, creo, que las cosas se fueron sucediendo de manera armoniosa y todo calzaba en el momento justo: Encontré trabajo la primera semana -trabajo el cual dejo recién ahora que me devuelvo; nunca tuve que dormir en un lugar que no pareciera un colchón -porque los sofás también cuentan. Y eso que estoy dejando afuera la vez que dormí sobre una imitación de vagina de la que hablaré en otro momento. Nunca me faltó comida. Creo que la única vez que no tenía algo que hecharle al buche fue aquella madrugada que con un cigarro, un té verde y semillas de sésamo sacié mi hambre. Conocí a gente de otro mundo y me redescubrí al enfrentarme a un entorno desconocido y que me desconocía. Tuve que revisar quién era, y me encontré varias veces redefinido por otras personas. Definitivamente me llevo más recuerdos reconfortantes que angustiosos.

Y no digamos que los angustiosos no me sirven. No puedo olvidar aquellas veces en que me sentía apabullado por los juicios. Y es que en Santiago las relaciones humanas son un poco más agresivas. La violencia es parte de la cotidianeidad, y por lo mismo las personas que transitan entre un espacio y otro se han acostumbrado a la apatía. Es dificil encontrarse con alguien y reir en el metro, o que te ayuden a subir una maleta por alguna escalera, o que te indiquen alguna dirección esperando que llegues ahí. A nadie le importas mucho, y es por esto que finalmente aprendes a que el egoísmo es una herramienta de supervivencia.

Pero esas situaciones no merman mi personalidad ni me chocan hasta el punto del contagio. La indolencia no es algo que me gustaría cultivar, y a pesar de que sí podría haber hecho una que otra cosa que podría ser considerada “mala”, son cosas que hice concientemente.

Hay cosas que aún me faltan por explorar: Otras drogas, otros contextos, más música... Más vida. Quiero saber de algunos errores. Quiero saber de algunos hoyos, conocer un poco el lado oscuro. Quiero seguir cultivando mi -poca- inocencia, mi capacidad de asombro, mi sentido del humor. Después de este viaje de seguro de conozco más y sé cuáles son algunos de mis límites y cuáles aún quiero testear.

Me voy con una sensación de satisfacción tremenda. Me siento tranquilo con todo lo que construí y destruí en mi mismo. Puede que me de un poco de pena admitirlo, pero sé que ahora vivo con más cautela. Espero nunca estar seguro de muchas cosas, porque sé que cuando esté seguro, la magia se irá.
Me vuelvo con ansias de estar en la pieza que está destinada para mi en la casa de mis padres. Si alguna vez lo vi como un retroceso, hoy lo veo como un proceso dialéctico, en donde vuelvo pero no al mismo punto, sino a uno completamente distinto pues mi perspectiva de las cosas ha cambiado. Fueron prácticamente siete meses de distancia (contando mi viaje a Bolivia) en los cuales he aprendido a verme a mi mismo y junto a los demás. Me he convencido de que las vibraciones similares tienden a encontrarse y estoy feliz por ello.
Me voy con muchas ganas de que en Concepción todo cambie, de que los viejos vicios se difuminen y dejen pasar esos vientecillos de buen pasar. Hay varias cosas que resolver, no porque haya que hacerlo, sino porque realmente me siento preparado para enfrentar aquellos conflictos. Al hacer las pases conmigo mismo, puedo hacer las pases con el mundo.

Más tarde lloraré, estoy seguro, porque aquí he avanzado en dibujar el círculo de mi vida pero a costa de dejar amistades, cariños, cuerpos y lugares que ya son familiares para mi. Por hora sólo me dedico a mi, a disfrutar de mis días sin nada que hacer; de mis vacaciones autoasignadas. Cuando vuelva a Concepción, me prometo comenzar a avanzar.

Y es que, como decía, mi vuelta a Concepción tiene otros elementos, nuevos, que aprovecharé de implementar pues mi proyecto de existencia pretende nutrirse de todo aquello que pueda hacerme avanzar. Mi proyecto no sólo implica mis relaciones personas, sino que hay de por medio un  título que condecorará mi esfuerzo en perseguir una carrera. Y el título puede significar algo prestigioso para muchos y muchas. Hey, yo también lo consdero una elevación en mi status social. Pero más que eso, será un honor recibir la recompensa a la persistencia que he puesto, las ganas que le he hechado y terminará por darme autoridad por sobre mis palabras, ya que son las decisiones que he tomado -en contra de opiniones y alegatos- las que me han llevado hasta acá.

Volver no me significa un paso en falso, o hacia atrás. Todo lo contrario: Reconocer que en las circunstancias actuales no puedo permanecer y realizar las cosas que quiero hacer es un acto de valentía. Soy valiente y me como mi orgullo al poner en la mesa mi incapacidad para sostener de forma armoniosa mi vida adulta. Y reconocer que aún soy un estudiante y vivir de acuerdo a ello.

Me vuelvo. Está decidido.

De todas formas quiero volver. Y lo que quiero, lo persigo.

Y lo alcanzo.

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