A propósito de todo lo que ha ocurrido con Daniel Zamudio es que hoy, luego ya de varios días de congoja por su situación, es que decidí escribir sobre algo que me parece realmente importante y que yo, y muchos como yo, de repente no tenemos tan claro. De hecho no planteo para nada que tenga una solución, pues de haberla se construye en conjunto con otros seres humanos, nunca solo.
Quizás es mi orientación sexual la que me ha hecho reflexionar sobre todo lo que me rodea. De alguna manera fue ésta la que permitió relacionarme con el mundo de una manera diferente. Hoy soy consciente de que al decir "soy homosexal/bisexual/travesti,hetero/etcétero" estoy declarando no sólo mi gusto por tal o cual idea de humano, sino también doy cuenta de mi posición política en esta sociedad. Teniendo en cuenta la función que cumplen las categorías en cualquier ámbito podemos entender que tales declaraciones, al final del día, sirven para ubicarnos, para darnos una cierta identidad al interactuar con el resto. Decir "soy heterosexual", aparte de generar en la otra persona una idea preconcebida de lo que supuestamente soy, habla también de mi situación privilegiada en términos legales, culturales, sexuales, etc. Más aún si me declaro "hombre", pues la construcción del concepto está rodeada por dimensiones políticas de mi ser. Puedo, de inmediato, entender que puedo casarme, que probablemente mantenga una familia, que a lo mejor juego o veo fútbol... Preconcepciones que, en otros casos, llevan a prejuicios de los más burdos.
Más allá de discutir sobre las etiquetas que se nos asignan todos los días, me gustaría guiar la discusión hacia cómo vinculamos nuestra "posición social" con nuestra acción como seres conscientes y despiertos. Digo esto ya que, una vez situados vemos más clara la película. Tampoco se trata de que quienes no han pensado en esto están en desventaja, puesto que las formas de lucha son multidimensionales, punto que tocaré un poco más adelante.
Si me doy cuenta de que pertenezco, primero que nada, al conjunto de seres humanos que se denominan "hombres", y difiero con el ideal masculino del "macho", puedo establecer claros puntos de acción. Luego, en mi caso, vendría la categoría "bisexual", colectivo de personas que estamos invisibilizados y tomados poco seriamente. Luego pertenezco a una clase social determinada que merma mi calidad de vida casi por todos lados... Suma y sigue. Digo esto porque usualmente la revolución que se persigue desde las cúpulas revolucionarias tiene mucha empatía con la última categoría pero se olvida de las primeras o las deja de lado o, incluso, las mantiene ahí, intocables porque "eso es tema de otrxs". Finalmente lo que sucede, para simplificar un poco el proceso, es que la conexión con nosotros mismos, con nuestro cuerpo y con nuestra sexualidad (por tanto con los roles que definimos para unos y otras) se vuelven incuestionables, dogmáticos hasta el punto contradictorio en el que intentamos alejarnos de un paradigma para crear otro nuevo con sus propias (o a veces las mismas) reglas. Reproducimos un sistema opresivo pero gritamos en contra de la opresión. La superestructura nos demanda todo de nosotros y los cimientos de ella quedan relegados a luchas menores, menos urgentes.
Con una amiga conversábamos sobre la posible "madre de todas las luchas". Ese día concluímos que la lucha ambiental podría llenar ese cupo. Reflexionamos sobre el objetivo de luchas más clásicas y nos dimos cuenta que la semilla común es el cambio en el tipo de relaciones sociales que construímos y mantenemos. En este sentido, la lucha ambiental genera un cambio de esquema por el sólo hecho de plantear un cambio estructural como consecuencia de un cambio en la perspectiva que tenemos sobre otras especies. Desde ahí a replantearse nuestra relación con nuestra propia especie no hay mucha distancia: Si puedo entender las condiciones paupérrimas que los perros de la calle viven día tras día, ¿Cómo no puedo ser capaz de entender la cagada que tenemos en nuestra sociedad? ¿Cómo no cuestionarse, por ejemplo, las relaciones entre sexos, y entre géneros, etc.? Si urgiera encontrar una "madre", creo que sería esa.
A qué viene esto, dirán. Pues creo que comenzar entendiendo que el punto de inflexión es nuestro trato entre nosotros es que podemos empezar a trabajar la consecuencia más profundamente. En algún punto, sabernos humanos, despertar nuestra conciencia corporal o como quieran llamarle produciría, a mi manera de ver, un despertar intenso, quizás más profundo que otros... No lo sé. Al principio comenté lo importante que fue mi orientación sexual en mi vida y es precisamente por esto que digo: Saberme no-heterosexual hizo que me preguntara muchas cosas sobre mi cuerpo y cómo interactúo con otros cuerpos, tanto humanos como no-humanos.
Y aquí es donde comienzo a redondear esta entrada.
Despertar la consciencia sobre nuestra sexualidad, sobre nuestra corporeidad quizás nos haga entender que las luchas no sólo son en la calle, en las barricadas o en las grandes situaciones sociales, sino que parte/va de la mano con la lucha contra la opresión de nuestros cuerpos.
En otras entradas he hablado sobre represiones de este tipo, pero en esta en particular me interesa dejar en claro que, para mi, mi relación con mi cuerpo y cómo expreso lo que pienso están profundamente ligados. También estoy luchando cuando voy de la mano con mi compañero por la calle. También lo hago cuando digo las cosas por su nombre. También lo hacen muchos y muchas no en la calle, sino en sus casas, con sus familias, con sus amigos, por el sólo hecho de existir y no tener miedo de expresarse, de vivirse y defenderse frente a la discriminación. Y aquí es donde creo que Daniel Zamudio, como mucha más gente, era un luchador por el solo hecho de existir, por el sólo hecho de vivir su sexualidad abiertamente.
Las luchas sociales no se ganan solamente con la conquista de leyes, tampoco con la abolición de un estado para ser reemplazado por otro, de otro tipo pero estado al fin y al cabo. Son cambios profundos en la cotidianeidad de las personas los que hacen la diferencia. Que tantos cuerpos hayan estado marchando por las calles de Chile fue un golpe duro, pero fue un golpe más duro el que se pegó en la cotidianeidad de las casas, en las familias, en el supermercado... El tema se habló, se discutió y todos y todas estuvimos de acuerdo en que la educación no puede arrancarnos un pedazo para formar parte de nuestra formación. Así mismo la vivencia de una sexualidad sin prejuicios ni tapujos y condenas puede cambiar profundamente la vida de los seres humanos. Que un travesti camine por la calle rompe los esquemas viejos y ridículos por el sólo hecho de que aparece, está, es. Puede que ni siquiera lo sepa, pero su lucha se hace patente al no tener miedo de hacerlo. Puede que ni siquiera se necesiten leyes para protegernos si nos hacemos cargo de nuestra sexualidad y la defendemos con acciones cotidianas, pues las acciones son los mejores ejemplos.
Daniel Zamudio, para mi, siempre será uno de los muchos luchadores.
Todo mi respeto para él.