"Hay una hermosa historia sufí contada
por primera vez en el siglo IX acerca del enfrentamiento del agua con
la arena. Las aguas del Río, que fluían alegremente hacia su destino
final, de pronto se vieron enfrentadas con las arenas del Desierto. Al
ver que el mar de arena absorbía sus aguas, el Río se preguntó
desesperado:
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Referencia: Revista de Antropología y arqueología "Antípoda" n.8, Enero/Junio 2009, Bogotá
- –¿Cómo he de cruzar estas arenas? ¿Qué me ocurrirá? ¿Me convertiré acaso en un pantano de agua muerta?
- Fue entonces cuando el Río escuchó un susurro, la voz del Desierto:
- –Amigo mío, ¿a qué viene este desespero?
- –Pues tengo toda esta agua y debo llegar a tu otro costado –respondió el Río–, y si no lo hago, desapareceré.
- –Te preocupas demasiado. ¿Cuál crees que es la esencia del agua?
- –Pues fluir hasta su destino. ¿Cómo lograré llevar mis aguas a través del desierto?
- –Pero no hay razón alguna por la que no puedas llegar hasta tu destino, amigo mío –dijo el Desierto.
- –No es verdad –protestó el Río–. Tan pronto como mis aguas fluyan sobre tus arenas, desaparecerán.
-
–Sí –arguyó el Desierto–, eso es verdad. ¿Pero acaso no es también
verdad que hay mucho más que el fluir del agua? Ella se puede evaporar
sobre mis arenas y ser llevada al cielo. Allí el agua puede formar
nubes, y las nubes podrán ser empujadas por el viento hacia el otro
costado de mis arenas. La lluvia puede caer en aquel lugar y el agua
fluirá de nuevo.
-
–Pero yo no soy así –se quejó el Río–. Yo sólo sé fluir. No sé nada de
nubes, vientos o lluvia. Las nubes, el viento y la lluvia no son de mi
naturaleza esencial.
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Referencia: Revista de Antropología y arqueología "Antípoda" n.8, Enero/Junio 2009, Bogotá
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