Pestañas

septiembre 07, 2009

El trato al natural, Ensayo

Las costumbres de los pueblos originarios (como se organizaban, como administraban los recursos y su concepción teológica y social) eran realmente asombrosas. Demostraban, en todo sentido, la capacidad humana para adaptarse, explicar la naturaleza, relacionarse con sus pares en la otredad, etc. El visitante nunca hubiese entendido que el desarrollo de tales civilizaciones se vería mermado con la implantación de sistemas viciados y elaborados en base a intereses acumulativos tanto de poder como de riqueza material. En un afán señorial se descuidó el proceso antropológico de aculturación: se destruyeron historias, costumbres, vivencias, memorias e identidades. En vez de aprender de los naturales, dueños de sus tierras, el forastero deconstruyó todo lo que aquellos pueblos tenían y armó sobre ello una sociedad en la cual se sentían cómodos, algo que entendieran. Construyeron esquemas que no se rozaran con la construcción de mundo que tenían. En este sentido los españoles intentaron reconstruir una sociedad feudal en el nuevo territorio queriendo vasallos, sirvientes que se preocuparan de producirles sustento, pero se encontraron con que los habitantes de las zonas al sur del continente ostentaban una libertad, una horizontalidad inexplicable, sin cabida en sus constructos. ¿Cómo era posible que no respondieran a una autoridad principal? ¿No tenían señor? Estas preguntas provocaron quiebres de las representaciones sociales para los del viejo continente, situación que desembocaría en el establecimiento de una condición infrahumana para con los naturales. Eran tratados casi como animales, y por esto mismo se les sometía a condiciones de trabajo deplorables y déspotas. Eran prácticamente el motor de la economía americana colonial: la hacienda. Otro factor que contribuía a la perpetuación del trato improcedente era la lejanía en relación a la administración que, centralizada, requería largos períodos de tiempos para recibir, analizar y aceptar o declinar una proposición política o social como para fiscalizar. Está además el tema de que las ciudades eran núcleos que funcionaban autónomamente, donde si bien se seguían los lineamientos propuestos por la corona, eran modificados según se estimara conveniente. “Su religión no les cuestionaba lo que estaban haciendo. La ley tampoco […]” (Bengoa, 1992, 58) Bengoa analiza la cuestión del maltrato, el abuso y la explotación por parte del español al nativo exponiendo los puntos antes mencionados. En base a eso se entiende que el trato, de cierta manera, era un desquite por parte de todos aquellos españoles que en la pirámide social española se encontraban abajo. De hecho muchos de los españoles que llegaron al continente eran personas que en España hacían, si no con más herramientas, lo que llegarían a hacer aquí: trabajar la tierra, cuidarla, resurgir; y esto generaría una frustración que podían descargar con esos vasallos, sirvientes, su propiedad. Es así como para 1570 los campesinos pobladores de Cañete, hartos de la violencia de la guerra que nunca terminaba exigían el término de ella. Sorprendentemente pedían, también, indios que les sirviesen. Como un niño cansado de gritarle a la mamá que quiere un autito o esa golosina que se amurra y simplemente demanda, así me imagino a estos sujetos. La verdad es que no entendía bien como alguien podía no comprender, no hacer caber una cierta conducta en los esquemas mentales poseídos, no tener la capacidad de flexibilizar las estructuras aprehendidas; pero luego de leer lo que escribo acerca de la mentalidad del español me doy cuenta de que es algo que escapa a mi destreza intelectual. Realmente no entiendo cómo pudieron ser tan caprichosos, tan etnocentristas, y esto es algo que Bengoa aclara un par de veces en su texto: el increíble etnocentrismo con el que los foráneos juzgaban, entendían todo a su alrededor. Era nuevo, era incomprensible, pero desentrañar los misterios de aquellas organizaciones tan distintas a la propia no era un objetivo. Dominar, dominar, conquistar, conquistar. Mío, mío, tuyo, mío. La principal estrategia de los pobladores-invasores fue recurrir a las autoridades. Demandar sus beneficios como conquistadores o simplemente como españoles fieles. Esta conducta es algo que se ha enraizado en la cultura latinoamericana, haciendo del Estado un ente que vele por la seguridad social, política y –primordialmente– económica: “En el origen de la cultura nacional está el pedir al estado, el subsidio, la ayuda” (Bengoa, 1992, 64). Con todo esto podemos inferir que la actitud histórica respecto de las comunidades originarias –que de originarias ya no tienen tanto– responde a una tradición de representaciones sociales configurada desde aquellos días. Todas las situaciones y otras que no figuran en este ensayo fueron acumulándose en el imaginario social tanto de españoles como de nativos generando un rechazo, un odio. Un rencor profundo en el caso de los indígenas. Los conquistadores los veían y los trataban peyorativamente, los subestimaban, los relegaban al puesto de simples productores de su riqueza, incapaces de administrar sus –pocos– bienes, desleales y traicioneros. Eran tan así que Barros Arana incluso llega a afirmar que son seres que no conocen la bondad, por lo que relacionarse con ellos en esas bases no es viable. Y esto más adelante se expandiría hasta ser parte de las características que tendría el bajo pueblo y frases como “Al cabo vale más tenerlos muertos que por enemigos” (Bengoa “Breve historia de la legislación indígena de Chile”, Santiago: Comisión Especial de Pueblos Indígenas, 1990). Hoy en día, en el imaginario social nacional, encontramos claramente la concepción de etnia alterada por esta historia de represión y violencia psicológica y física. El Estado se ha caracterizado por entrar en un juego de apariencias integradoras o derechamente por oprimir la voz de los pueblos originarios, de culparlos muchas veces sin bases y de propugnar tácitamente esta idea de que el mapuche es alguien que simplemente quiere hacer nada. Digo tácitamente porque los gobiernos de la concertación se han caracterizado por mantener un discurso por un lado etnopopulista, entendiendo por etnopopulismo medidas político-económicas en pro de estas comunidades, generalmente por medio de la CONADI; no implicando que estos pueblos tengan la razón y se les sean concedidas sus exigencias –que califican siempre de excesivas– y por otro absolutista, catalogando a los manifestantes étnicos como violentistas o rupturistas –hoy terroristas–. Es claro el hecho de que una persona con rasgos étnicos marcados recibe un trato diferente aquí y en la quebrada del ají, principalmente porque la imagen del blanco, emprendedor y profesional es altamente valorado, venerado, producto de orgullo familiar. “Mi hijo es abogado/médico/ingeniero. Es lo que siempre soñé”. Es todo lo que se espera. Siempre mirando al frente, nunca atrás, se concreta una posición condicionada para con los pueblos originarios que desaparecen del continente, siendo reemplazados por estas sociedades del espectáculo (Guy Debord, 1967) con base en la facha, un posmodernismo lleno de complementariedades descompuestas y particulares, autónomas, individualistas y sin asientos concretos, sólo imágenes que suplen a la realidad.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

RELACIONACIONES