Uno de los primeros discursos que mi danza tuvo fue el discurso erótico, el cuerpo deseante, el lenguaje de lo que llamábamos conquista y coqueteo. Era repetitivo, y estaba lleno de códigos patriarcales. Era monótono. Incluso monólogo. Lo único que importaba era mi placer y mi expresión. Difícilmente pensaba en construir algo con unx otrx, en desafiar mis entendimientos, en crear mundos nuevos. Me costó salir de ahí, me costó inventar nuevas formas, cambiar mi danza, descubrir mi cuerpo y las conexiones que propone el peso, la alineación, el soporte: reentenderme en el movimiento desde otra perspectiva. Me costó y me sigue costando salir de mi mismo para imaginarme desde fuera. Pienso que esa traslación aún sigue ocurriendo, aún sigo descubriendo formas que evocan mundos nuevos. No hay ningún último momento porque la dialéctica es un poco así parece.
Pero cuando cambié de perspectiva, aparecieron claras las formas viejas, como un recurso al que recurrir por decisión. Ese cuerpo deseante siguió deseando, pero ya no otros cuerpos, ya no desde lo erótico, al menos no sólo desde ahí. Y se me empezaron a cruzar ideas locas sobre el amor, sobre el ego, sobre la libertad. Comenzaron a aparecer preguntas para las cuales sigo sin tener respuesta. ¿Amar de a tres? ¿De a 36? ¿Se puede? ¿Y si no? ¿Me duele no ser atractivo para quien me interesa? ¿Qué tal andamos de autoestima? ¿Eso se nota cuando bailo? ¿Cómo bailo cuando bailo? ¿Qué bailo cuando me muevo? ¿A qué le llamo creatividad? ¿Cuáles son sus motores, sus impulsos, sus fuentes? ¿Si el mayor acto de creatividad es el nacer, no es todo lo que sigue un descenso lento hacia la incapacidad de imaginar? ¿Como se vive la libertad en ese proceso? Y así, aún hoy, más preguntas.
Al final del día, mientras más entiendo, más cuestionamientos. Más autocrítica, más autoobservación. Menos conforme me siento, más me movilizan las ganas de bailar mejor. Y es que ya no entiendo que bailar mejor es bailar “bonito”, tener la mansa técnica, poder hacer la acrobacia más peligrosa de todas. Bailar mejor es bailar sin hacerme daño, ni física ni emocionalmente. Es bailar auténticamente, bailar quien soy. Brillar cuando hay que brillar, y a veces agachar el moño y saberme siempre principiante. Siempre aprendiz. Y tropezarme en ello igual, creerme lo máximo y sentir que nada es suficiente, que puedo dar más de lo que me piden, que me subestiman, solo para volver a mi y sentirme y saberme en el eterno proceso de mejorar, hasta volverme transparente de lo vulnerable sin siquiera estar desnudo. Hasta entender que la escena no es tan distinta de la vida, porque la escena es la vida misma.
Hasta entender que sigo descubriendo-me.
Hasta entender que el deseo es volátil.
Hasta entender que la magia se confunde más a menudo de lo que queremos con lo intrascendente.
Hasta entender que si no lo vivo en el cuerpo, me lo puedo inventar desde la mente. Pero será eso:
Pura mente.
Y será bello.
Estético.
Técnicamente perfecto.
Pero no será real,
y no conmoverá a nadie.
Y eso ya no me interesa.
Hasta entender que el deseo es volátil.
Hasta entender que la magia se confunde más a menudo de lo que queremos con lo intrascendente.
Hasta entender que si no lo vivo en el cuerpo, me lo puedo inventar desde la mente. Pero será eso:
Pura mente.
Y será bello.
Estético.
Técnicamente perfecto.
Pero no será real,
y no conmoverá a nadie.
Y eso ya no me interesa.
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