Pestañas

junio 05, 2019

Apócrifo I, II y III

(I)


No nos pusieron en sus evangelios.
Nos dejan solitarias, mudas,
iluminadas con tonos de aurora boreal,
de infierno invernal,
destellos de dudas en la playa.
Nos silenciaron bajo esquemas de cuerpos deformados.
Nos apretujaron en categorías de las que ya estamos cansadas.
Y en nuestra mudez ardiente,
desde nuestras dudas boreales e infernales,
nos llamamos a nosotras mismas.
Nos pusimos nombre.
Nos dimos el espacio en el equinoccio,
con mercurio retrógrado,
con el cambio de horario,
con las náuseas de la mañana,
con arena en los tímpanos.
En medio de sus castigos de pecado
hicimos gárgaras y muecas,
endiosando nuestras deformidades.
Bailamos en sus ruinas,
y nos reímos de su solemnidad.
Ámen.

(II)


Periferia, margen, límite, borde.
Callejones con salida,
con saliva,
partos sin sangre,
pactos de voz.
Resonamos en pared de risa
y la rabia,
y pena,
y vergüenza que nos sacudimos.
Que creemos sacudir.
Y es que allí no hay bordes.
La escena marcada por las horas,
los días de la semana,
este calendario gregoriano.
Ilusiones que decimos desafiar.
Antes me gustaba la rima.

(III)



Multiplicidades.
Nos deformamos a la luz de la luna,
como el hechizo primero.
En medio de las voces
de la noche,
en medio de los cuerpos
de la oscuridad,
entre el frío y el estupor
hacemos show lo que preocupa,
fiesta lo que duele,
escena lo que tenemos dentro.
Y despertamos de madrugada
como si el tiempo se hubiese borrado,
sólo para sentir la transfiguración,
la mutación de los sentires,
los silencios ensordecedores de nuestras propias almas gritándole al vacío.
Y la luna en el cielo,
imperecedera.

--
Poemas parte de "Escrituras Periféricas" para Apócrifo, Colección de Visiones Alteradas

Sobre el deseo de danzar

Uno de los primeros discursos que mi danza tuvo fue el discurso erótico, el cuerpo deseante, el lenguaje de lo que llamábamos conquista y coqueteo. Era repetitivo, y estaba lleno de códigos patriarcales. Era monótono. Incluso monólogo. Lo único que importaba era mi placer y mi expresión. Difícilmente pensaba en construir algo con unx otrx, en desafiar mis entendimientos, en crear mundos nuevos. Me costó salir de ahí, me costó inventar nuevas formas, cambiar mi danza, descubrir mi cuerpo y las conexiones que propone el peso, la alineación, el soporte: reentenderme en el movimiento desde otra perspectiva. Me costó y me sigue costando salir de mi mismo para imaginarme desde fuera. Pienso que esa traslación aún sigue ocurriendo, aún sigo descubriendo formas que evocan mundos nuevos. No hay ningún último momento porque la dialéctica es un poco así parece.
Pero cuando cambié de perspectiva, aparecieron claras las formas viejas, como un recurso al que recurrir por decisión. Ese cuerpo deseante siguió deseando, pero ya no otros cuerpos, ya no desde lo erótico, al menos no sólo desde ahí. Y se me empezaron a cruzar ideas locas sobre el amor, sobre el ego, sobre la libertad. Comenzaron a aparecer preguntas para las cuales sigo sin tener respuesta. ¿Amar de a tres? ¿De a 36? ¿Se puede? ¿Y si no? ¿Me duele no ser atractivo para quien me interesa? ¿Qué tal andamos de autoestima? ¿Eso se nota cuando bailo? ¿Cómo bailo cuando bailo? ¿Qué bailo cuando me muevo? ¿A qué le llamo creatividad? ¿Cuáles son sus motores, sus impulsos, sus fuentes? ¿Si el mayor acto de creatividad es el nacer, no es todo lo que sigue un descenso lento hacia la incapacidad de imaginar? ¿Como se vive la libertad en ese proceso? Y así, aún hoy, más preguntas.
Al final del día, mientras más entiendo, más cuestionamientos. Más autocrítica, más autoobservación. Menos conforme me siento, más me movilizan las ganas de bailar mejor. Y es que ya no entiendo que bailar mejor es bailar “bonito”, tener la mansa técnica, poder hacer la acrobacia más peligrosa de todas. Bailar mejor es bailar sin hacerme daño, ni física ni emocionalmente. Es bailar auténticamente, bailar quien soy. Brillar cuando hay que brillar, y a veces agachar el moño y saberme siempre principiante. Siempre aprendiz. Y tropezarme en ello igual, creerme lo máximo y sentir que nada es suficiente, que puedo dar más de lo que me piden, que me subestiman, solo para volver a mi y sentirme y saberme en el eterno proceso de mejorar, hasta volverme transparente de lo vulnerable sin siquiera estar desnudo. Hasta entender que la escena no es tan distinta de la vida, porque la escena es la vida misma.
Hasta entender que sigo descubriendo-me.
Hasta entender que el deseo es volátil.
Hasta entender que la magia se confunde más a menudo de lo que queremos con lo intrascendente.
Hasta entender que si no lo vivo en el cuerpo, me lo puedo inventar desde la mente. Pero será eso:
Pura mente.
Y será bello.
Estético.
Técnicamente perfecto.
Pero no será real,
y no conmoverá a nadie.
Y eso ya no me interesa.

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