Tener una relación abierta puede ser problemático para muchos y muchas. Lo importante, siempre, es la confianza. Sin esto, les digo, la relación está destinada al fracaso.
No vamos a decir que es fácil, que es simple y siempre entretenida. Hay momentos en los que se sufre, porque tenemos arraigado en nosotros la posesión: Nuestra pareja es nuestra y de nadie más. Es una cosa, un artefacto, un objeto que nos da placer y compañía. Esto es herencia directa de una cultura patriarcal, con lo que ésta configuración relacional genera una ruptura al dejar los cuerpos libres y desposesionados.
El modelo hegemónico de relaciones tiende a producir binarismos. La monogamia no siempre ha sido la forma en que se articula el amor, por lo demás no hay ninguna persona que, estando en pareja, no haya sentido algún tipo de atracción por otra persona. Eso es natural. Es natural sentirse atraído a otros seres humanos, es natural querer a más de una persona, es natural sentir deseo por otros y otras. Es completamente antinatural reprimir lo erótico y condenar valóricamente a quien experimenta, prueba o vive su sexualidad de manera heterodoxa.
Tampoco se trata de libertinaje, pues en general siempre se tiene una pareja principal, un compañero o compañera a la que siempre se vuelve. Por eso es que usualmente se dice que la relación abierta es una licencia para ser infieles, pero es más complejo que esto, ya que la infidelidad es un contrato entre las personas que conforman la relación y los términos de este contrato varían de una pareja a otra. Así, para una pareja tradicional los términos de la infidelidad serán cualquier conducta que implique expresar interés por otra persona. Hay permiso incluso para los celos, considerados como expresión de la importancia atribuida a la relación, cuando en realidad no son más que reacciones irracionales que responden a este fenómeno de la posesión, de la tenencia de los cuerpos. Pero para una pareja no tradicional que se haya configurado desde la apertura y la libertad, el significado de la infidelidad se adecúa a las necesidades que cada persona tiene, es decir: si yo necesito que me hagan sentir seguro de cierta forma, lo pido y se conversa. Lo mismo se espera de la otra persona, quien expondrá cuáles son sus necesidades y el contrato tendrá todo lo que permita a la pareja disfrutar de la libertad pero sin pasar a llevar a la otra persona, sin hacerla sentir insegura y siempre reforzando la relación principal. Como ven, sí hay reglas.
Y hay reglas no porque no podamos escapar de un sistema normativo, patriarcal y positivista, sino porque es siempre necesaria, a mi manera de ver las cosas, la reconquista constante. Una relación abierta puede traer consigo malosentendidos, inseguridades, bajas en la autoestima, etc. Esto se puede evitar estableciendo un marco para la acción, una cancha en donde el cuerpo pueda moverse, disfrutar y encontrar placer sin generar en el otro una sensación tan ambigüa. Sí puede haber estabilidad, pero hay que cuidarla, porque estas relaciones son más frágiles, dada la naturaleza de nuestra socialización posesiva.
Por otro lado, a mi me interesa también especificar hasta dónde se puede llegar en los encuentros que se dan en el día a día, o noche tras noche. En lo personal, considero que los encuentros deben ser furtivos, nunca dos veces con la misma persona (aunque eso es conversable), y nada de exes. Eso en términos del quién. En lo que respecta al qué, para mí esto es algo completamente acordable y los límites se establecen en orden de importancia. O sea, si para mí una situación íntima tiene que ver con besar a alguien, prefiero negarme esto y guardarlo para mi pareja principal. Si para mi pareja es más íntimo el sexo, pues entonces se reserva esto para mí. O viceversa. Por esto es que siempre digo que el contrato de infidelidad es flexible y propio de cada relación, pues se ajusta a la comodidad, al nivel de confianza, a la capacidad de desarraigo y a la calidad de la relación.
Debemos considerar que la ausencia prolongada o los constantes planes cambiantes o repentinos pueden generar una sensación de vulnerabilidad en la pareja. Por eso es mejor estar en contacto constantemente, no con el afán de tener a raya a la persona que se está divirtiendo, sino con la intención de estar tranquilos y evitar las sorpresas.
Es, también, necesario tomar en cuenta lo importante de la reconquista constante, pues esa la base del amor duradero. Son aquellas parejas que han entendido que durante los años han ido cambiando y que ya no son los mismos de antes, pero han encontrado la forma de seguir enamorados las que perduran, ya que los cambios que han visto en la otra persona han nutrido la relación y han encontrado la manera de volver a enamorarse una y otra vez, día a día. El amor no es una etapa, el amor tiene fases, pero la conquista y la reconquista debe ser un imperativo. Sobre todo si hay licencia para visitar otros cuerpos. Estar informados de lo que se hace, conversar de lo que se siente, hacerle frente a los problemas cuando es pertinente y disfrutar de momentos para la pareja.
Esto último es sumamente importante, ya que a menudo sucede que uno o una de los dos se relaja y, como pasa incluso es las parejas tradicionales, las actividades, los gustos y los juegos que se realizaban en conjunto se dejan de hacer, pues el sentimiento de seguridad se apodera de nosotros. Y ahí es donde aparece la posesión, pues ya "tenemos" un lugar en ellos o ellas. Ya no hay que hacer más, pues al final de la noche, hagamos lo que hagamos, nos estarán esperando. Y a veces no es así, pues aunque se cumpla el contrato a cabalidad, de repente puede dejarse de lado el tiempo de calidad que pasan juntos. Si eso se deja de lado, no se está construyendo relación.
Esto es tan peligroso como cualquier otra relación, sino aún más cuando las personas no son maduras emocionalmente. Sucede mucho que el balance es difícil de encontrar, y una vez encontrado, es difícil de mantener. Requiere esfuerzo, sinceridad y una conexión intensa. De otra forma, en esta como en cualquier otra relación, el vínculo se desgasta. Esto deviene, siempre, en una infidelidad concreta o el quiebre. No es más peligroso, ya que pasado esto siempre se buscarán otros brazos. Por eso, cuidado.
Evitar las discusiones porque la otra persona se lo puede tomar mal, o tener miedo a generar rechazo por expresar nuestras necesidades son errores comunes. Si algo he aprendido, es que la primera fidelidad debe ser con uno o una misma. Si no me soy fiel a mi mismo, con dificultad podré serlo tanto en una relación monogámica como una más libre y abierta. La honestidad es requisito principal, así como la disposición a la conversación y al debate. Discutir sobre los límites, hablarlos, ponerlos sobre la mesa y defender los propios (siempre y cuando tengamos claro que son nuestros deseos y no tienen por qué ser los de los demás) es enriquecedor.
A fin de cuentas, no se trata de decir “hago lo que quiero”, sino de entender que “hacemos lo que nos hace bien”. Por eso los límites, por eso las reglas, pues lo que sirve es aquello que se puede replicar en la pareja. Si la relación abierta se nutre de aquellas experiencias, la vida sexual y afectiva indudablemente mejorará y la confianza y el lazo aumentarán progresivamente.
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