Columna para InTheClub.cl
Hace ya
varias décadas, las feministas comienzan a generar material académico de suma
importancia tanto para movimientos sociales como para todo un ámbito nuevo en
disciplinas como la sociología, la psicología y la antropología. En general,
los estudios feministas promueven un estilo de investigación que se aleja del
clásico enfoque en donde el investigador o investigadora es un ente que no
participa en su entorno, que se abstrae. Es así que entender los devenires
políticos de la investigación social es un punto fuerte en su legado. Pero,
¿cómo podemos sumarnos a la transformación social desde los estudios de género
actuales?
Desde hace ya
tres décadas que los estudios sobre masculinidad (los Men’s Studies) se
preocupan de la categoría sociosexual llamada “hombre”, ya que se entiende que
cuestionar el papel, la posición, la realidad de la mujer es un esfuerzo
incompleto si no se tiene en cuenta aquello que permite la existencia de esa
otra categoría.
Entender qué
es una mujer pareciera ser menos complejo a lo largo de las culturas humanas,
ya que su cristalización vendría dada por elementos que se corresponden con
procesos naturales. En general se ha considerado que las mujeres están ligadas
a la tierra, a la luna, a los mares y otros elementos naturales. Son
manipuladoras de energías, curanderas, machis, sacerdotisas, brujas,
prostitutas. Siempre poseen los secretos que aquellos, los hombres, no
comprenden. Dan vida, contienen vida. Construir el concepto “mujer” finalmente
viene a ser una homologación entre la madre tierra y la madre humana.
Siguiendo
esta idea, la conceptualización de aquello que no es “mujer” aparece como una
construcción más compleja. Ser hombre es no ser mujer, primero que nada. Sería
entonces el pene una de las primeras diferencias (y por tanto la más sagrada y
difundida) que habría entre mujeres y hombres. Se erigirían monumentales falos
destacando y recalcando esta importante diferencia. Hemos de recordar que todos
quienes tenemos penes no somos mujeres, y más aún: Somos hombres.
Pero, ¿y
luego qué? ¿qué otra cosa nos identifica? Pues que no somos niños.
Una parte
importante de la identidad masculina, hasta hoy en día, consiste en asegurar y
afirmar y reafirmar (proceso que nunca acaba) nuestra calidad de hombres. Hemos de demostrar que no somos
niños, ya que la cercanía que los niños suelen tener con las madres (sobretodo
por la dependencia biológica a temprana edad) los hace una extensión de la
feminidad, de la mujer. Hay muchas culturas en que los ritos para convertirse
en hombre, ser parte del grupo, requieren de una separación absoluta y
prolongada del lado de la madre. Un hombre se hace, y se hace por medio de la
socialización con otros hombres. Actualmente los límites de estos ritos son más
difusos, pero los autitos, el fútbol y las actividades riesgosas aparecen como
principales actividades masculinas. Te definen como hombre, te construyen y te
hacen parte del clan.
Como tercer
elemento constituyente de la masculinidad, digamos, básica, tenemos que un
hombre es heterosexual. Si no se es, al menos, calificas como un hombre
incompleto. Digo al menos porque muchas veces simplemente no eres hombre; pero
suele decirse que los no-heterosexuales, y sobretodo los homosexuales son
“menos hombrecitos”. No creo que haya necesidad de ahondar en este punto.
Así, la
construcción de la masculinidad, el proceso en el cual un humano se vuelve un
hombre, es un fenómeno complejo y lleno de significaciones.
Nuestra
pregunta era cómo generar cambios desde los estudios de género.
Primero que
nada, el estudio de la masculinidad (las masculinidades, como la corriente
latinoamericana afirma) debe inscribirse en los estudios de género ya que
entender esto es entender que la categoría “hombre”/”masculinidad” se construye
en relación a la de “mujer”/”feminidad”. Esta polarización es importante y
hemos de tenerla en cuenta, ya que desde la investigación social se suele
reforzar la idea de que las sexualidades son un binomio, y que todo tiende a
ello. Desde aquí es que el modelo heteronormativo de la sexualidad entiende que
en las parejas homosexuales, por ejemplo, se repiten los patrones y hay un rol
“masculino” y uno “femenino”: Uno hace de hombre y otro de mujer. Si fuese así,
es urgentemente necesario ahondar en la figura del “versátil” en términos de su
construcción conceptual, de su valor como rol, dónde aparece, en qué consiste,
etc.
A primera
vista, el versátil vendría a romper con este modelo y propondría una nueva
forma de relacionarse con el género. Sería arriesgado decir que rompe con esta
idea, ya que o bien se juegan los dos roles, o los roles se dislocan hasta
dejar de existir, pero bien podría convertirse en hipótesis de trabajo.
Por otro
lado, los Men’s Studies concentraron su investigación en encontrar “la masculinidad”,
idea que es superada por la proposición latinoamericana de “las
masculinidades”, dejando claro que la expresión concreta de “la masculinidad”
encuentra ribetes complejos y que no existe una forma de practicar la
masculinidad sino que habrían muchas y estarían en tensión. Así, junto a
masculinidad hegemónica (aquella forma de ser hombre que es la “ideal”),
conviven distintos tipos de masculinidades: Unas alternas, otras marginales.
Con esto en
mente, podemos cuestionarnos por la temporalidad de esta masculinidad
hegemónica (que tampoco sería una, ya que dependiendo del contexto
sociogeográfico su expresión cambiaría, existiendo varias masculinidades
hegemónicas), ya que la aparición de la figura del homosexual genera remezones
en el modelo, generando mutaciones como los “metrosexuales”, o los “nuevos
hombres”, o “hombres en crisis”, etc.
Son los
elementos teóricos los que dan luces sobre la realidad cotidiana, ya que muchas
veces vivimos sin cuestionar estructuras tan alienantes como el sistema de género.
Para mi es
necesario un cambio en cómo vivimos el sexo y la sexualidad. Es necesario dejar
de vernos con un lente que diferencia y comenzar a encontrar las similitudes,
ya que nos unen tanto en la cama como en la calle, porque –y como en mi columna
anterior puntualizé: Es necesario vincular las luchas. No podemos dejar de
entender el sistema opresor de género en su relación con un sistema económico
que se aprovecha de nuestra supuesta diferencia cultural en base al sexo para
ofrecer identidades que sirven sólo para atraer más consumidores; no podemos
dejar de entender la relación que existe con el sistema educativo, que nos
prepara para tareas distintas y nos entrega capacidades disímiles para que, al
final del día, terminemos encajando exacta y precisamente en donde “tenemos”
que calzar.
De esta forma
vamos redescubriendo a nivel práctico, nuevos elementos que reconfiguran
nuestras concepciones de la sexualidad. Trabajar desde la teoría de género abre
nuevas posibilidades tanto en términos académicos como en términos políticos.
Deconstruir el género por medio del estudio científico es imprescindible y
constituye una herramienta que se conjuga con la propuesta cotidiana tanto en
la performance política como en la práctica individual de la libertad sexual.
Y es que el
giro político que, en lo personal, me mueve siempre persigue la libertad y el
sano fluir del deseo. Entender que patrones rígidos no existen per se, que de una u otra manera todos y
todas nos alejamos más o menos de los modelos de “feminidad” y “masculinidad”
(incluso hoy por hoy, que ya los modelos mismos se han alejado de los modelos
de unas décadas atrás) y que somos nosotros mismos quienes construimos
prisiones cuando levantamos la bandera de la moral para defender ese mismo –a
veces– incuestionable orden, nos lleva a encarcelarnos solos y solas y a dañar
el libre y natural fluir de un impulso que podría ser uno de los motores de
nuestras decisiones, como diría Freud (y eso que no soy muy fan).
Your ass is political –Pansy Division