Pestañas

septiembre 24, 2011

De esas simples patudeces sociales

Me carga, lo digo en voz alta, me carga.

Me carga que en los comerciales de la televisión -chilena- se catalogue a los sueños y los anhelos como "locuras". Es la "locura de juventud", es la "etapa que superar", es el "idealismo infantiloide"... Qué wea más asquerosa.

Los sueños son sueños, y uno no debiera perderlos. Esa rebeldía que supuestamente caracteriza a la juventud debe ser tomada como una cualidad, y debe ser requisito obligatorio de la vida en general. Debe saberse como una condición para existir, pues ¿de qué otra forma podemos vivir sin ser idealistas?. No me vengan con que el realismo es la madre de todos los éxitos, porque es un lobo bien feo disfrazado de oveja: No es nada más que un pesimismo mal argumentado. Y lo siento si peco de alguna cosa -lo cual me importa bien poco, pero yo creo fielmente que las energías nos rodean, y que la negatividad uno la expele.

Es un real asco encontrarse con que gente tan cercana a ti, que te conoce de toda la vida y sabe que defiendes tus vísceras y sus consejos -los de las vísceras- tan fielmente, te diga "Ya es suficiente, está bueno, es hora de volver a...", a lo que sea que haya que volver. ¡NO! Un no tajante a "volver", que eso lo único que hace es negar el avance. No hay pasos mal dados, hay consecuencias no previstas y eso es lo genial de la vida, lo espontáneo que es. Los errores sólo se transforman en eso cuando de tu lengua auto-represora lo articula, pues antes de ello son una oportunidad, un giro positivo en potencia, una experiencia de la cual puedes aprender.

Es que es increíble lo internalizado que tenemos eso de que siendo adultos debemos dejar de lado todo rasgo infantiloide. En ese caso, es bueno ser pendejo e inmaduro. En el caso que expongo, sus señorías, considero que simplemente es bueno ser. Ser como uno quiera, lo cual es bien dificil. No lo niego. Sólo no me gusta eso de que debo traicionar mis ideales, mis sueños, cederlos para conformarme. No estoy dispuesto a hacer ni ahora ni cuando tenga una mitad de siglo. Mis sueños son lo único que no me pueden arrebatar, y soltarlos nunca, porque entiendo que son lo que realmente poseo, lo que realmente me es íntimo, lo que realmente me convierte en un ser humano. Abandonarlos nunca, porque no son una etapa, son yo. Me conforman y me atraviesan, me construyen y deconstruyen. Me forman, son parte de mi. Son mi, son yo. Renunciar a ellos sería como renunciar a mi mismo. Cambiarme por otro. Perderme.

Homogeneizarme nunca, porque soy parte de un pueblo que, para serlo, debe ser diverso. Si no, somos soldados de un sistema mal oliente, repugnante. Si hay algo desde donde puedo hacerle frente y ganar, es en mi cuerpo, en mi mente, y esa trinchera no la pienso abandonar.

¿Qué se creen al aconsejarme el abandono a mi mismo?
Sólo se lo permito a lxs zen. Los demás, sólo patudxs.

septiembre 17, 2011

Sobre las categorías segregacionales en la población

Hoy conocí a un padre, que escuchaba electrónica y carreteaba en rockstar. Me sorprendió pensar que lo único que me hacía cuestionar su sexualidad era su hijo, su anterior conquista, su penetración, dónde la hacía. Creo que esas mezclas posmodernas, donde las clases marxistas se diluyen en algo que realmente nos agrupa de otra forma se hace cada vez más patentes en mi propia realidad, a medida que voy adentrandome en esos recovecos de la sociedad que sólo se viven, no se leen.

Hace un rato pensaba, a raíz de un comentario que hizo un compañero de carrete, que usualmente no alcanzamos a captar diferencias poblacionales que nos son completamente ajenas a nuestra realidad. A la tuya, quizás. Si me estás leyendo será así. Estoy seguro. Nunca había pensado en que lo único que podía dividir un territorio de otro era la espacialidad geográfica, arquitectónica, incluso a nivel de organización social. Hoy acabo de imaginarme una distinta categoría de división: la pertenencia a tal o cual barra.

Nunca había imaginado que en Santa Sabina, una población aledaña a la mia, podría estar tan cruzada por los equipos de fútbol. Me sorprendió, también, que la barra brava cruazara espacios más allá de la cancha, más allá del estadio. En un territorio, en una pobla, el equipo al que pertenezcas demarca tu zona de acción, tu espectro geográfico de movimiento. Insisto, es una categoría de segregación que es olvidada por los investigadores e investigadoras de barras bravas, que limitan su acción a circunstancias, eventualidades y espacialidades más rigidas que algunos militantes clásicos. Más aún, es toda una reflexión que mis vecinos, muchos de mis amigos, compañeros y profesores no hacen.

Quién pensó, aparte de mi, que el fenómeno de las barras bravas se extendía hacia el territorio, en la población, en un pasaje, en una calle. Quién lo pensó, porque yo no. Acabo de descubrir un nicho importantísimo en el trabajo de los antropólogos, sociólogos y periodistas. Incluso de profesores de educación física. Espero lo aprovechen, que es una idea que me parece digna de explotar. No porque sea mia, porque no traigo conmigo el orgullo de sociólogo. Lo aborrezco.

Un abrazo pa todxs, y por favor, sigan mi ejemplo, fumense un porro y tómense un ponche, que reflexiones como ésta sólo se dan en unas fondas, peñas o carretes con un sentido nuevo: la anarkía relacional.

Me detendré.

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