Es
necesario tener en cuenta, sobretodo en un estudio que tiene como
principal objeto de análisis la actividad sexual en su dimensión
social, que existe un supuesto fundamental en los estudios de género
y versa de la siguiente manera: El cuerpo humano es diferenciable en
dos grandes colectivos, de acuerdo a cierto grupo de características
corporales, que terminan por constituir la dos categorías en las que
se basa el sistema sexo/género: El Hombre y la Mujer. Estas
categorías acuñan diferentes significaciones a lo largo de diversas
culturas, pero sólo cuando se revisa la puesta en escena de esas
culturas con el lente occidental, encontrando las mismas formas de
organización social con diferentes contenidos. ¿Es posible que
siempre hayan existido sólo hombres y mujeres? ¿Es realmente una
variable universal? ¿Todas las culturas muestran esta división
dicotómica de los cuerpos?
La
idea de un cuerpo y una identidad sexual masculina estaría asociada
no a características biológicas, sino a cristalizaciones sociales
de relaciones de dominación debido a la producción binaria de
organización social desde la división social del trabajo. Lo que un
hombre debía ser y hacer no es lo mismo hoy que lo que era hace
cincuenta años, o hace dos siglos. Aunque hay elementos que se
mantienen ahistóricos, en general la categoría responde a un
contexto determinado (Kimmel, 1997).
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Revisar
lo que entendemos por “género” es necesario toda vez que los
usos que se le han dado a esta construcción teórica varían desde
sus primeros usos hasta lo que se entiende actualmente por ello, y es
que luego de los primeros acercamientos al cuestionamiento de la
organización social en base a la diferencia sexual, dos corrientes
en relación al estudio de la diferencia enfatizarían distintos
elementos en su análisis: Por un lado tendremos al conjunto de
investigadoras que se preocuparán de producir conocimiento sobre las
mujeres, su historia, sus condiciones laborales y cotidianas; y por
otro a aquella corriente que se preocuparía por el proceso por el
cual se establece una jerarquía sociosexual donde las mujeres
aparecerían en la posición subordinada (Pujal y Amigot, 2010). En
los dos casos, el concepto “género” se habría utilizado
reemplazando a “mujeres”, error que se cometió hasta principios
de los años noventa cuando se señala que el concepto de “género”
se refiere al
“conjunto
de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad
biológica en productos de la actividad humana y en el que se
satisfacen esas necesidades humanas transformadas (…) [U]n
conjunto de disposiciones por el cual la materia prima biológica del
sexo y la procreación humanas son conformadas por la intervención
humana y social” (Rubin, Gayle 1986:37,44 en Moreno y Pichardo,
2006:144).

Rivera-Medina
(1991) diría que, para hacerse de las posiciones sociales que se han
asociado con la masculinidad, los hombres han tenido que suprimir y
resaltar aptitudes eminentemente humanas, dependiendo del caso.
Utiliza la palabra cercenamiento para destacar el hecho de que la
masculinidad se construye en tanto opuesto a lo femenino, por lo que
tiene que negar completamente toda esencia de ello. Precisamente,
serían los estudios de masculinidad los que, en los '80, comenzarían
a reconstruir esta categoría analítica que hasta ese momento era
obviada.
Fue
así como la reflexión académica concluyó que los estudios sobre
la diferencia sexual pueden articularse desde distintas perspectivas,
las cuales generan y dan cuerpo a los Estudios de Género en tanto
estos son los “diferentes contenidos socioculturales que se dan
a esas características biofisiológficas entre hombres y mujeres
estableciendo comportamientos, actitudes y sentimientos masculinos y
femeninos y jerarquizándolos de modo que se da mayor valor para los
que se identifican con lo masculino” (Moreno y Pichardo,
2006:146). Si recordamos lo que nos planteaba el deconstruccionismo,
la lógica binaria se reproduce con todo y jerarquías. Será
prioritario para los Estudios de Género contemporáneos encontrar
estrategias para rearticularse y dejar atrás las dicotomías
construidas en base a la diferencia sexual.
Es así
que, a medida que la reflexión teórica y la acumulación de
conocimiento se elevaba, durante los años noventa el concepto estuvo
sometido a diferentes revisiones que terminó por hacer aparecer “un
cierto especticismo (sic) de género en tanto desconfianza
ante la capacidad de explicación de este concepto, e incluso la
apuesta radical por su de-construcción y su olvido teórico y
práctico” (Pujal y Amigot, 2010:133). Sería este mismo
escepticismo el que promovería un espíritu crítico y
construcciones teóricas que separarían efectivamente las
características sexuales biológicas de las sociosexuales
Butler
(1993) se pregunta por el género y la identidad, donde el género se
toma como una construcción cultural que nos constriñe externamente
a la vez que nos compele desde el interior. Desde aquí es que ahonda
en la discusión que Beauvoir propone al considerar la elección como
un “acto diario de reconstrucción e interpretación”. Es por
esto que rescata y relaciona la doctrina sartreana de la elección
pre-reflexiva (una forma de cuasi-conocimiento) donde se está al
tanto pero no totalmente consciente de lo que se experimenta con la
elección de género de Beauvoir, dándole a esta construcción
epistemológica un significado cultural concreto y situado. Beauvoir
plantea que la elección del género no es a tientas, sino que se
inscribe en un marco normativo preexistente, dentro del cual la
elección (su proceso) es menos azarosa que estratégica, laboriosa,
sutil y encubierta. Se reproduce, reorganiza y reinterpreta la
realidad cultural con su compendio normativo de forma recurrente
(Butler, 1990).
En el
cuerpo se inscriben las interpretaciones recibidas de un sistema
sexo/género las cuales son reinterpretadas y expresadas por medio
del mismo cuerpo. Es así que Beauvoir le asigna el estatus de
situación al cuerpo, ya que en él se articulan elementos culturales
específicos de una cierta sociedad en un determinado espacio de
tiempo: “Si aceptamos el cuerpo como una situación cultural,
entonces la noción de un cuerpo natural, y desde luego, de un “sexo”
natural se hace cada vez más sospechosa” (Butler, 1990:312).
De
esta manera, y dado que el cuerpo natural y, por tanto, el sexo
natural se entienden como ficciones, la teoría de Beauvoir podría
estarse preguntando si es que el sexo no fue género todo el tiempo.
Siguiendo esta interrogante es que Butler revisa la construcción
teórica de Wittig.
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Podría
interpretarse, dice Butler (1990), que la teoría de Wittig insinúa
una malconcepción en el estudio de la anatomía y sus consecuencias
sociales: Que la diferencia sexual no tiene un asidero material
pertinente para afirmar binariedad. Esto no es completamente
acertado. La autora del texto enfatiza la idea de que las diferencias
son efectivamente binarias, materiales y distintas, y que no nos
vemos atrapados por la ideología política al afirmar esto. El error
estaría en enfocarse en ciertas diferencias para elaborar
identidades sexuales; diferencias que suponen un destino social a
causa de esta diferencia, destino construido en base a la
naturalización de estas diferencias y la heterosexualidad.
Normalizar
y regular la conducta sexual no implica un discurso que acepte la
diversidad ni sea propositivo, sino, al contrario, supone la
utilización de herramientas opresivas y restrictivas. La idea es que
todos y todas actúen bajo el precepto de la heteronormatividad, el
mandato médico y psiquiátrico que te permite caminar y
desenvolverte socialmente sin problemas. Es así que el individuo no
tendría la opción libre de configurar su género como le parezca
pertinente, sino que se somete a una obligatoriedad heteronormativa
“bajo amenaza de sufrir castigo y violencia por cruzar las
fronteras del género” (Fonseca y Quintero, 2009:49). Es así
como, por medio del miedo y la culpabilidad, el sistema heterosexista
controla la disidencia (Ibid.).
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“No
sólo elijo mi género, y no sólo lo elijo dentro de los términos
de que se dispone culturalmente, sino que por la calle y en el mundo
siempre estoy siendo constantemente constituido por los otros, de tal
modo que el género constituido por mi yo bien puede encontrarse en
oposición cómica o incluso trágica con el género que otros me
ven. Por ello, incluso la prescripción foucaultiana de la invención
radical presupone una acción que, à la Descartes, definicionalmente
elude la mirada fija del Otro” (Butler, 1990:322).
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